Se levantó pensando en el día de la marmota porque así sentía aquel domingo, como un día tosco y aburrido que se repetía cada 7 días que no eran más interesantes ni divertidos; tal vez fuese el tiempo, aquel verano desubicado que había tomado al otoño como rehén alargando su calidez más de la cuenta, para gusto de muchos, entre los que ella se encontraba, pero también para disgusto del orden y concierto natural.
La floración iba a destiempo y las frutas maduraban del revés, también las emociones humanas bailaban al son de una calidez incierta que tenía los días contados. Y entre unas cosas y las otras los domingos se habían convertido en días replicantes y replicados que la llevaban del café al paseo y del paseo a sus pensamientos más íntimos, a sus razones más personales y a sus dudas más inconfesables.
Leer a Graham Greene la entretenía y consolaba, cuando recordaba aquello de que dudar era estar vivo respiraba hondo y tocaba el suelo con los pies y con las manos sabiéndose tan viva como lo estaba Greene cuando dejó aquello dicho antes de irse...
Decidió obviar el paseo aunque sólo fuera por llevar la contraria a su costumbre y, sin renunciar al primer café de la mañana, se plantó frente a la librería que ocupaba la pared más grande de su salón para buscar un libro en el que perderse el resto del día.
Mientras saltaba de J.K. Rowling a Jane Austen pasando por las hermanas Brontë y Graham Greene constatando así su gusto por la literatura británica, pensaba en las razones de su disgusto en aquel luminoso domingo y lo cierto era que no las encontraba, sería el karma o sería el calor o, tal vez, no tener bien tensas las riendas de su vida, de modo que más que dirigirse se teledirigía lo mejor que podía...
-Pues tensa-, pensó, pero sabía que no era tan sencillo hacerlo como decirlo porque en el fondo de todo estaban sus razones... razones que a veces ni su razón alcanzaba a comprender.
Siempre lo había sabido, claro que no era lo mismo saber que sentir y aquel domingo sentía que ni tan siquiera la razón era perenne, también ella mutaba con los cambios de la vida, de sus circunstancias y de su propio pensamiento, nada era constante salvo el pequeño hilo que une cabeza y corazón, un hilo que conviene llevar siempre tenso y sin nudos...
No quería divagar más, quería que llegara el otoño y su invierno, que los cambios de tiempo y de armario no se hicieran esperar ni un día más porque vivir una calidez prestada y con incierta pero cercana fecha de caducidad no tenía ya más sentido que re-editar cada domingo el día de la marmota...