Hacía un día espléndido, luminoso a rabiar y también cálido, un domingo de primavera de esos que te llaman a gritos desde la calle, un día irresistible y amable de esos que te arrancan una sonrisa por el mero hecho de haber amanecido; había hecho pereza entre las sábanas y se le había pasado la hora del paseo aunque la verdad era que, con los parques cerrados y sol brillando en lo alto del cielo, el paseo pisando asfalto y con mascarilla no resultaba tentador.
Se preparó un café helado y decidió degustarlo en la terraza, dejando que el sol le tocara ya un poco y sonriendo por dentro y por fuera porque aquel sería su último domingo de parques cerrados, a partir del lunes ya podría planificar sus rutas verdes y urbanas y recuperar poco a poco su vida al aire libre (y sí, también librarse del tono mustio de su piel que tan bien había combinado los últimos dos meses con su ánimo).
Como había sucedido en varias ocasiones durante el confinamiento, llegaban a su terraza voces de terrazas vecinas, aquella mañana era su vecino del cuarto quien, como ella, disfrutaba de un café de domingo con las piernas al sol -¡disfrutemos de nuestro último domingo de paz!- exclamó el hombre con un suspiro y cierta sorna en el tono -¿perdón?- preguntó una voz femenina que estaba segura era la de su mujer -a ver cuándo volvemos a tener un fin de semana libre a partir de ahora, querida, a ver cuándo...-.
Al oír aquel rendido suspiro ella no pudo evitar pensar en Mr Pond en parte porque había estado leyendo las paradojas que Chesterton escribía para este funcionario inglés y también porque no dejaba de ser paradójico que el confinamiento, también y tan bien conocido como arresto domiciliario, le resultase liberador a su vecino del cuarto; -¡con lo liberador que ha sido esto de vivir confinados!- le pareció oirle decir.
¿Cómo podía un individuo carente de libertad ser libre? tal vez porque, en términos filosóficos, la libertad fuese también un sentimiento... pero sobre todo porque no importaba cuánto hubiese cambiado la sociedad en las últimas décadas, en realidad los prejuicios se habían modulado poco, se habían quizá diversificado e incluso cambiado de bando pero ahí seguían, limitando nuestras libertades individuales porque alguien define que ellos 'son lo correcto'.
A su terraza seguían llegando las voces de sus vecinos que discutían cuánta libertad habían ganado (él) o perdido (ella) por mor del confinamiento y resultaba cuando menos curioso descubrir como todo lo que ella había perdido se convertía en el tiempo libre que él había ganado (la comida semanal con los suegros, la tarde de ruta en bici con los niños, la mañana de rebajas, la tarde mensual de belleza y peluquería...) -¡¿pero todo eso te parece mal?!- preguntaba ella ofendida, a lo que él respondía raudo y veloz -¡no! ¡claro que no! ¡nada de eso me parece mal! lo que me parece mal es el planning...-.
Había que comer con los suegros una vez a la semana porque era lo correcto, hacer la ruta en bici con los niños porque era sano, ir a las rebajas porque era al final un ahorro, a la peluquería porque las canas es lo que tienen... pero la cuestión no era el qué, ni tan siquiera el por qué lógico-deductivo sino el trasfondo de todo; así trató de explicarlo su vecino, poniendo un ejemplo interesante -mira,- le dijo a su mujer -y si te digo que quiero hacer o no hacer algo simplemente porque me da o no me da la gana ¿qué me dirías?- se oyó el aleteo de un gorrión antes de que la mujer respondiera -ah pues... depende pero bueno, bien- ella no pudo evitar sonreir mientras el marido se carcajeaba -¿lo ves? necesitas una razón que explique y justifique cada cosa que haces ¡yo no! eso no significa que no disfrute de la ruta con los enanos o de una comida en casa de tus padres, es solo que también disfruto de tener tiempo para hacer lo que me da la gana cuando me da la gana y tú en cambio, ahora que nos sueltan cuerda para desescalar, ya estás haciendo 'los planes correctos'... libérate un poco, querida, que no parezca que no has aprendido nada en estas semanas de encierro, no te de miedo hacer un poco, aunque solo sea de vez en cuando, lo que te de la gana en lugar de lo que tienes que hacer-.
El gorrioncillo voló de nuevo -¿insinúas que me muevo más por prejuicios que por mi santa voluntad?- la respuesta de él fue de corto y cierro -eso lo has dicho tú, no yo-.