Lo dijo sin lavantar la voz, anticipándolo de un 'mamá' sonoro y claro que silenciaba cualquier ruido a su alrededor: no me lo adornes, explícamelo como es. Se quedó pasmada mirándolo porque no trataba de adornar nada, sólo intentaba decir las cosas como eran pero él quería más, él no quería que le hablara de lo que no había cambiado, de lo bueno que permanecía, él quería ir al grano, que le contara lo que había cambiado y cómo iba a afectar a su vida. Pedía mucho... ¿cómo explicarle a un niño en un minuto lo que suponía pasar de ser un niño sano a ser un niño con diabetes tipo 1? ¿cómo hacerlo sin que el golpe lo tumbara? ¿cómo hacerlo dejándolo de una pieza para aprender a vivir de nuevo, ahora de otro modo? Pedía mucho... y merecía incluso más.
Merecía más porque dijo algo así como: ya sé que tengo que cuidarme, vigilar la glucemia también de noche, calcular los hidratos de la comida y todo eso pero además ¿qué más tengo que hacer para poder ir a la excursión?
Nada, esa era la respuesta, nada... nada porque había condensado en pocas frases lo que tenía que hacer, había integrado la diabetes en su vida, había convertido en hábito los nuevos cuidados, los había asumido y había seguido adelante. Sólo quería dar un paso más. Y podía.
La verdad es que no sabía por qué la había sorprendido; eso, precisamente eso, es lo que llevaban trabajando en los casi dos años que habían pasado desde el diagnóstico; a cuidarse y a seguir viviendo feliz; y eso era lo que le había repetido una y mil veces como un mantra: no mientas, no te mientas, no me mientas, no te engañes... porque a tu cuerpo no puedes engañarlo y al final te pasará la factura, afronta la verdad por cruda que sea, todo tiene solución aunque parezca difícil, es mucho más sencillo asumir las consecuencias de un error que las de una mentira; si te has equivocado no esperes a ver que pasa, piensa qué puede pasar, pide ayuda, soluciónalo, no te mientas, no te engañes...
Y eso hacía, no quería mentiras ni engaños, no quería paños calientes, cuando oía cosas como 'no hay que llamarles niños diabéticos, son niños que padecen diabetes' decía cosas como 'vaya estupidez!' y si trataba de explicarle que había una ligera diferencia entre lo uno y lo otro con argumentos tan endebles como 'es que tu diabetes no te define' le respondía con gran soltura 'claro que no, ni que sea alto ni moreno pero soy alto y moreno... y diabético'; el colmo era ya cuando defendía su posición con un ejemplo: 'imagina que hay un niño con diabetes en clase y el profesor pregunta ¿hay algún diabético? y el niño no responde porque como él no es diabético sino que solo tiene diabetes... y van y reparten tarta ¿qué? eh? que nos queréis complicar aún más la vida a veces...'; y das un respingo 'quién? yo?' y respiras cuando dice, no, tú no, esos... y señala a la televisión con cierto aire de desprecio en su gesto...
Bravo, pequeño, bravo.
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Recordó entonces aquella crítica que le hicieran un día y tanto en que pensar le había dado a lo largo y ancho de su vida 'no todo el mundo aguanta la verdad como tu la dices'. No? quien teme a la verdad teme a la vida y sobrevive más que vivir, quien la afronta, vive.