The Sunday Tale

Naranja

Comestible, jugosa y de sabor agridulce... como la vida.

Disfrutó del fresco aroma de una inmensa naranja mientras la liberaba de su piel y colocaba sus gajos en un cuenco; se acomodó en el sofá con su naranja preparada y su libreta llena de notas acerca de una pequeña historia que tenía que escribir, la historia de un color que no existía.

Los atardeceres eran rojizos y los pelirojos tenían el pelo rojo; los tonos tierra iban del tostado al rojo sin admitir matiz de más color ni cuando el amarillo se cruzaba con ellos porque la realidad es que, en Europa, el naranja no existía mientras no existieron las naranjas.

Saboreó un jugoso gajo de su cuenco y continuó revisando sus notas...

En Europa no existía el color naranja, no era reconocido como un color con entidad propia, no era ni tan siquiera lo que es, un color secundario; la sangre de los reyes era azul y sus túnicas de un aterciopelado tono rojo o color vino, los cardenales lucían el color púrpura y el Papa el blanco más puro; la naturaleza se pintaba en verdes, azules, rojos y amarillos y el naranja era rojizo o amarillo oscuro o no era.

Y entonces, a través de las antiguas rutas comerciales que unían Asia y Europa, a través de Arabia, nos llegó el color naranja porque lo que había al sur de Asia, en China y sobre todo en la India, era un mundo que lo veneraba. Aunque, curiosamente, el naranja venerado en Asia no era el de las naranjas sino el de azafrán...

Volvió a su cuenco y sus gajos para comprobar con cierto disgusto que no quedaban más que tres mal contados...

Las túnicas de los budistas eran naranjas, la propia piel de los indios tenía matices de ese tono y, por encima de todo, tenían naranjos, un árbol que no existía en Europa y cuyo fruto estaba llamado a reinar en el Mediterráneo.

Llegaron entonces a Europa los naranjos y las naranjas de la India, a Francia primero y al resto de Europa después, llegaron los aromas cítricos y el sabor agridulce de su zumo, llegó el matiz anaranjado y los atardeceres dejaron de ser rojizos porque llegó al fin el color naranja en sus naranjas.

Se habían terminado sus gajos de naranja y también sus notas acerca de aquel color, recogió el cuenco y, mientras se vestía para salir a la calle, seguía dando vueltas a un color que era todo sabor y aroma, alegría, frescura, vida, calidez, osadía... un color que era como una una fruta, una fruta que era, como la vida, comestible, jugosa y agridulce.