Eran las 3 de la madrugada y estaba tirada en el sofá cuan larga era; en la televisión pasaban los créditos de la serie con la que había disfrutado de un maratón de psicología, historia, mentiras, verdades y otras corruptelas... El camino a la cama era corto pero la pereza era inmensa y el sofá terriblemente cómodo, cuando la acogía lo hacía con tal empeño que se negaba a soltarla incluso a aquellas intempestivas horas. Además la serie le había dejado cierto regusto amargo, ese sabor desagradable que tienen siempre las películas en las que, de algún modo, ganaban los malos. Para paliar aquel mal sabor de boca saltó de Amazon Prime a YouToube y buscó a Ludovico Einaudi, si su Experience no le acomodaba el ánimo nada lo haría.
Mientras gozaba de los acordes de aquella emocionante melodía pensaba en Martha, en lo que había en ella de amargura, de tristeza, de insensatez, de incapacidad para aceptar su realidad... y de verdad. En el modo en el que todo lo pareció sobreponerse a la verdad hasta hundirla en una ciénaga en la que la vida le duró un suspiro, dos a lo sumo, hasta que se la llevó la parca por loca dejando al marido por pobre viudo... corrupto...
La verdad se defiende sola. Dicen. Y cabe que tengan razón. Al fin y al cabo ahora sabemos la verdad de Martha y las mentiras de Mitchell... ahora que está muerta y enterrada y que no se acordaban de ella más que los psiquiatras trasnochados que diagnosticaban el efecto Martha Mitchell (que es el que sufren las personas que cuentan la verdad y son tomadas por locas...). La verdad se defiene sola, sí, pero no está de más ayudarla, pensó, no está de más que se defienda a tiempo y cobre su peaje a quienes reniegan de ella mientras todavía pueden pagarlos, en vida, desvelando las mentiras, iluminando a los falsos, haciendo justicia... a tiempo.
Sería la serie o sería la melodía de Ludovico, el caso es que se estaba poniendo melancólica y tampoco era la cosa para tanto, al fin y al cabo Julia Roberts había hecho justicia a Martha y Sean Pean a Mitchell ¿no? Y además... ¿a ella qué carajo de importaba? Era la historia de otros, la vida de otros...
Pero también una cuestión de verdades y mentiras, de verdades a la vista que nadie quiere ver y de mentiras que fluyen como en agua contaminando la vida, creando visiones distorsionadas, desdibujando la realidad hasta hacerla irreconocible... Recordó a Ayn Rand: puedes ignorar la realidad, hacer como que no la ves, no verla incluso, dejarte engañar, creerte las mentiras de otros y hasta las tuyas propias... pero nunca, jamás, podrás ignorarlas consecuencias de haber ignorado antes la realidad.
Sólo el último acorde de Experience, apagó la televisión y se levantó con toda su pereza a cuestas. Era hora de dormir. Mañana sería otro día. Otro día tan real como el sol que habría de iluminarlo...