Mar. Tres letras. -Muy poca forma para tanto fondo- pensó...
Y es que resultaba extraño que algo tan inmenso y tan bello quedase reducido en el lenguaje a sólo tres letras que componían una única sílaba... o quizá no era tan raro, divagó de nuevo, puede que con sólo tres letras y un sonido fuese suficiente o incluso demasiado porque al mar no hay que nombrarlo, ni tan siquiera verlo, sólo cabe sentirlo; y eso sabiendo que, una vez se alcanza ese punto de comunión con el agua, la sal y las mareas, cuando el magnetismo del mar nos alcanza y nos seduce, ya nada puede alejarnos de él durante demasiado tiempo. En realidad, ella siempre había pensado que el seductor canto de las sirenas al que nadie podía resistirse no era tal como tampoco lo eran las sirenas, era el mar con sus olas tocando tierra para alejar lo ajeno de su fondo tan bello y tan rico.
Claro que el tiempo de mar no lo era sólo de agua y sal, lo era de helados a media tarde y cócteles a media noche, de desayunos tardíos y playas tempranas, de baños a destiempo y festival de biquinis; era tiempo del que discurre a otro ritmo, días que parecen más largos y que cabe incluso que lo sean, mientras sus horas vuelan sobre la arena; era un tiempo en el que la vida se veía de otro modo, desde una nueva perspectiva, la que se tiene desde el mar y su tiempo...
Lo que antes hería en el mar naufraga y toca fondo y fin, lo que no se comprendía se esfuma al romper las olas sobre la arena, las dudas ponen rumbo al puerto en el que resolverse o perderse, los miedos se diluyen en cada brazada... lo único que queda es lo vivido y lo que queda por vivir.
Lo vivido importaba poco, lo justo para aprender de los errores y para no perder el sabor dulce de los momentos buenos, porque lo mejor estaba, sin duda, por llegar... y por eso sonreía frente al mar, porque dejaba en él a sus fantasmas -¡allá se perdieran junto al del holandés errante!- gritó para sí misma... y su paz.