The Sunday Tale

Llueve

El repiqueteo de la lluvia en la ventana era constante y, al pensar en cuántos charcos estarían formándose a lo largo y ancho de la ciudad... sonrió.

Sonrió como cuando era niña, cuando le calzaban sus botas de agua, le abrochaban el abrigo hasta la nariz y le entregaban un bonito paraguas que había elegido ella misma cuanso su madre sentía acerarse la temporada de lluvias. Así armada salía a las calles y brincaba de charco en charco, entre risas y jolgorio, con el paraguas abierto a ratos y como si fuese a presentarse a un casting para convertirse en la niña que cantaba bajo la lluvia.

Las canas que se entremezclaban con su pelo negro delataban el tiempo transcurrido desde aquellos tiempos de lluvia y fiesta pero le recordaban también que no importaban los años que se contaran, la única diversión posible del invierno y su lluvia eran los charcos, lo demás todo era frío e inquietud, correr de refugio en refugio y soñar con llegar a ser un oso para hibernar y no tener que vivir un tiempo tan gris y aburrido, tan poco luminoso y de naturaleza tan triste. Ahora ya no tenía que plantarse ante su madre para exigirle un paseo cantando bajo la lluvia, ahora podía calzarse sus Hunter y caminar de charco en charco ante la atónita mirada de quienes huían de esos pequeños lagos efímeros, tan propios de los días de lluvia, como de la peste.

Para ella la peste era la grisura y el frío, la mediocridad y el aburrimiento, la rendición preventiva y el no puedo porque sí; la peste era el invierno y su infierno porque si ambas palabras no diferían más que en una letra no iba a ser por casualidad. ¿Qué haría después de divertirse como cuando no levantaba más que unos palmos del suelo? los domingos como aquel no exigían más que dos cosas: una buena luz para leer y un chocolate caliente, todo lo demás... podía esperar.

Cuando su vecino la vio cruzar el portal sonrió ladeando la cabeza y la saludó cediéndole el paso, hacía ya varios inviernos que compartían escalera y el buen hombre sabía bien lo que significaba aquella sonrisa incontenible acompañada de un paraguas y unas botas de agua; ante el gesto de sus buen vecino ella no pudo sino sonreír más si cabe y no pudo, ni quiso, evitar echar a correr, tal vez el mundo pensara que vivía deprisa con prisa... pero ella sabía que no era cierto, sólo vivía.

Y sólo quienes, como ella, vivían, sin limitarse a sobrevivir los días, alcanzaban a entenderla.