A veces siento que ya no quedan historias que contar, que tras siglos de letras y cuentos está todo dicho e hilado, que se han agotado las fuentes y secado los pozos, que las ideas yacen yermas sin abono, agua ni futuro… que es el fin.
En otras ocasiones, en cambio, siento que hay todo un mundo ahí fuera que anhela ser descubierto para ser contado, que la creatividad no vive sólo de fuentes sino que se dispara sola en conexiones invisibles entre neuronas despiertas.
Y entre ese que sí que no, que caiga un chaparrón o salga el sol, llevamos dos años de cuentos de domingo y, en ese tiempo, ni un domingo sin su cuento, tampoco éste, tampoco hoy.
Y una vez más, la maleta, su eterna compañera, esta vez repleta de camisetas y jeans porque era tiempo de casual y sport. El destino le arrancaba una sonrisa y saber que no viajaría solo le regalaba esa deliciosa sensación de que la felicidad existe y está ahí, aquí, entre tus manos… Ella se sentía en paz porque la envolvían los efluvios de aquella felicidad que no podía en modo alguno serle ajena aun siendo de otro y no propia.
La llegada a Meki sería un poco loca, lo sabían bien por otras ocasiones, otros veranos, otros voluntarios… pero siempre la misma ilusión y las mismas intenciones, renovadas como se renuevan los votos, desde lo más hondo del corazón. Y su intención, la de él y la de ella, era la misma que los llevó a Meki en 2008… los niños.
Ambos sentían pasión por los más pequeños, por tanto como guardaban dentro sin saberlo, toda su habilidad y su talento, un mundo de posibilidades que pugnaban por convertirse en una realidad que a menudo se les resistía -la educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo- recordó ella entonces aquella frase de Mandela… -pero no olvides- le advirtió él –que cambiar el mundo no significa mejorarlo, se han cometido errores irreparables y actos garrafales con la educación como arma-. Ella asintió con pesar –lo sé- respondió –pero ya que sabemos que es el arma y es poderosa… usémosla al menos nosotros bien…-.
No pensaban tan solo en sus niños de Meki, pensaban en tantos pequeños locos bajitos que poblaban el mundo, en cuánto de su gran talento se perdería por nacer en tierra seca, ya fuera en el hogar de la hambruna o en el del exceso…
Pero sonreían felices, no solo por la perspectiva de unos días en Meki o de un nuevo viaje juntos, sino porque ambos creían de todo corazón que había más armas para cambiar el mundo, sabían que actuar en base a sus convicciones en lugar de hacerlo en base a prejuicios o costumbres varias demostraba que otro modo de vivir era posible… y esa muestra, ese ejemplo, era su granito de arena sumado a tantos en una lucha del lado luminoso de la vida por cambiar el mundo.
-Salgamos a cenar- propuso él mostrando una vez más su alma de bon vivant, un bon vivant generoso, apasionado y honesto que quería para todo ser humano, conocido o nunca visto, lo mismo que para sí. Todo un estilo de vida...
-Salgamos- aceptó ella la propuesta, feliz de vestirse, subirse a un tacón y darse luz a mirada, besos y piel para descender de este mundo al cálido y africano dispuesta a tocar realidad y vida, sumando pasos e intenciones en el camino que llevaba de Meki hacia el futuro.
Porque, como dice la canción, no hay una montaña tan alta, un valle tan bajo ni un río tan ancho. Otro mundo es posible... si lo hacemos posible.
2 años. 105 cuentos. Y, en ellos, otras tantas razones y emociones, ideas, sueños, locuras y tonterías… ¿seguimos?.
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