Hay quien ni tan siquiera contempla la idea de ir solo al cine o a tomar un café y por eso quienes acostumbran a hacerlo levantan curiosidad cuando no sospechas; no es que le faltase un amigo o un vecino para compartir un rato de café o una sesión de cine y palomitas, por no faltar no faltan maridos, esposas ni hijos, suegros, padres, cuñados ni demás familia... al fin y al cabo a una fiesta o a un café se apunta todo el mundo pero aun así hay quien sigue escabulléndose a tomar un café solo (y solo) al menos un par de veces por semana y es que hay quien sabe que para entender el mundo hay que mirarlo a la cara, sin distracciones, maridándolo con café y aliñándolo con las noticias del día los periódicos no han muerto, sólo estaban tomando cañas o de cafés y en los bares o en las boutique del pan se leen divinamente.
Le gustaba pasearse camino de su café-panadería, siempre el mismo, no porque fuera fiel a su harina sino porque su pan era bueno y se entretenía observando a sus vecinos, algunos conocidos de saludos de ascensor y otros sólo de vista, muchos más ni de eso pero todos pensando en comprar el pan en su café-panadería, en la moderna boutique del pan de la esquina, en el hipermercado o incluso en el chino... Y ella observaba, observaba incluso de oídas mientras disfrutaba de su café en la terraza de su café-panedería porque sabía muy bien que a los barrios se los conoce por cómo compran el pan.
Los abuelos de la zona huían de la boutique del pan y también del café-panadería ¡son muy caros! decían y se daban su buen paseo del barrio nuevo al viejo donde ya no quedaban panaderos viejos pero si tiendas a las que la panificadora llegaba cada mañana, a buen precio; lo bueno hay que pagarlo, decían algunos que peinaban canas pero estaban todavía sin jubilar y ella callaba porque lo que llevaban en las manos, excesivamente bien pagado, era la barra de la boutique del pan, una boutique que era una impostura, un engaño con pinta de verdad, un lugar precioso, acogedor y encantador de pan atractivo a rabiar a la vista pero al tacto... ¡ay al tacto! no digamos ya al gusto y la textura...
Luego estaban los de la hogaza de pueblo o la barra artesana, los del pan gallego que no habían comido pan en Galicia en su vida y los de la empanada (mental) que eran los del pan de chía y del integral con pepitas de calabaza y 727 cereales, los del pan de cebolla, de pasas o de tomate, los del pan kamut o del cereal saludable de la semana según la OMS.
Todo ello sin olividar a los del pan del hipermercado, que eran los del olvido de última hora que, ya que voy a por leche, sal o huevos, traigo el pan y los del pan del chino, que está calentito y recién horneado...
En la terraza de su café veía como subían los fans del pan de chía y bajaban los del de cebolla, como el apellido artesano o de pueblo vendía siempre más que el pan a secas, como los que compraban en la boutique del pan lucían bolsa gourmet y paraban con el coche en la esquina, cortando el tráfico... porque su bolsa lo vale...
Aquella mañana vio acercarse a un hombre mayor que caminaba apoyándose en su bastón; era de los nuevos; porque lo divertido de su barrio era eso, que era un barrio que estaba todavía a medio cocer, con urbanizaciones a medio entregar o por entregar enteras; había gentes nuevas cada día; el buen hombre llegó y miró, no entró, dio una vuelta y volvió a mirar, ella no podía apartar los ojos de él y sus miradas se cruzaron... ella sonrió y él se acercó, a ver nenita, le dijo, ¿aquí hornean pan? preguntó, sí, respondió ella, de hecho no abren hasta las 10 porque antes de esa hora no han empezado todavía a salir del horno los panes, el hombre sonrió satisfecho, ah! bien, bien pero... ¿y el pan? ¿es de verdad o sólo lo parece? Ella sonrió de nuevo porque reconoció en aquel abuelo a uno de los suyos: la hogaza de pueblo es buena, la barra gallega también, y de los panes novedosos... el hombre agrió el gesto, créame, créame, dijo ella, el de chía está delicioso... Veremos, veremos, dijo el hombre y entró a comprar el pan.
Claro que la simpática charla con su nuevo vecino no le rompía las cuentas, cada vez eran más los que alardeaban de boutique del pan, del pan de la impostura, y el panadero del café-panadería estaba preocupado... Pensó también en la portada del periódico... Tiempo de impostura e impostores, se dijo, corren tiempos de impostura e impostores. Y lo peor es que cuela.