Hacía un frío intenso pero ¿cómo negarse un paseo de domingo al sol en un día tan luminoso como aquel? se adentró en su parque de tantos paseos y tantos domingos y recorrió los caminos que solía cruzar a ritmo de carrera a un paso mucho más lento, aquel era un domingo de gorro, guantes, bufanda y paseo, nada más.
Los niños corrían por el parque como si fuera verano, el frío no hacía mella en sus risas ni en sus juegos, tampoco en sus berrinches; se fijó en dos pequeños iguales, idénticos, no medían ni un centímetro más el uno que el otro, vestían ropas gemelas y sólo era capaz de diferenciarlos porque uno de ellos parecía haber sido revolcado por un camión mientras el otro se veía impoluto. Estaban enfadados, gritándose y a punto de pegarse a pesar de su corta edad cuando una mujer de mediana edad, que bien podría ser su madre, se plantó entre ellos impidiendo que las palabras llegaran a las manos.
Ella se acercó discretamente, como si sus pasos la llevaran hacia aquel par de gemelos por casualidad y se acercó a una fuente que había junto al banco en el que la mujer de mediana edad había hecho que se sentaran los pequeños. Así, aun sintiéndose un poco voyeur, se enteró someramente de lo que había ocurrido.
Al parecer los pequeños habían mandado su pelota más lejos de lo debido y ésta había caído parque abajo, en el lugar donde había un pequeño terraplén que, para el tamaño de los gemelos, no debía serlo tanto; el caso es que en su intento por recuperarla uno de los gemelos había rodado por el terraplén mientras el otro no había llevado tan lejos su empeño por hacerse de nuevo con su pelota.
El despeñado le afeaba al pruedente su conducta, gallina fue lo más suave que salió de su pequeña boca para referirse a su gemelo mientras éste le reprochaba a él su imprudencia y, en el fragor de la batalla, no dudó en llamarle cerdo a modo de insulto. Fue entonces cuando la mujer de medianda edad zanjó la discusión llamando a los gemelos por los motes de dudoso gusto que se habían dedicado ellos: -señor gallina, señor cerdo, escuchadme- les dijo -conozco una fábula que tal vez os ayude a comprender lo que os ha ocurrido hoy-.
Ella sonrió mientras se hacía la despistada alrededor de la fuente porque también conocía la fábula en cuestión, así que no le importó que una brisa helada se llevara las palabras de la mujer lejos de ella justo en aquel momento, sabía que les estaba contando como un cerdo y una gallina planeaban abrir un restaurante llamado 'Jamón y Huevos' y como la gallina se involucraba en el asunto poniendo sus huevos mientras el cerdo...
Retomó el camino del parque y pasó justo por detrás del banco que ocupaban los niños -pero sólo involucrarse está bien- dijo el gemelo prudente pensando más en la pata perdida del cerdo que en los huevos de la gallina mientras su hermano blandía la pelota y decía -pero, pero, pero... ¡hacer algo más está mejor!-. La mujer les obligó a ponerse en pie uno frente a otro y a mirarse... -que hayas recuperado la pelota está bien- reconoció el prudente involucrado -¡y lo he hecho sin perder ninguna pata!- respondió entre risas el imprudente comprometido justo antes de reconcer ante su hermano que estaba bien que no se hubiera despeñado por el pequeño barranco.
-Entonces- preguntó confuso uno de los gemelos a la mujer -¿qué es mejor? ¿involucrarse o comprometerse?- la mujer sonrió y comenzó su explicación con un 'depende' que anticipaba pocas soluciones. -A ver- trató de aclarar el segundo gemelo -si no te comprometes no recuperas la pelota... pero si te comprometes igual te rompes una pierna... ¿no?- -¡O la cabeza!- dijo un hombre que caminaba hacia ellos.
Se marcharon los cuatro juntos del parque, los niños delante corriendo de nuevo tras la pelota y la pareja tras ellos, sin quitarles el ojo de encima -quiero que entiendan que en la vida hay que comprometerse pero también que sean más prudentes- él la miró y soltó una carcajada -sí, claro...- dijo con tono irónico -¡Y dos huevos duros!- añadió. Ambos rieron como cuando veían a Groucho, Harpo, Zeppo y Chico y ella, que caminaba cerca de ellos hacia la salida del parque, no pudo evitar pensar que su casa, con aquel par de gemenos, debía parecerse al camarote de los hermanos Marx.