Pidió un granizado (de limón, como los polos, siempre de limón) y se sentó bajo un toldo dispuesta refrescarse el gaznate mientras veía a un buey comer y al otro descansar, a un borrico, que bien podría ser Platero o tal vez el de Sancho Panza, rebuznar por la cerca buscando, tal vez, que alguien le ofreciese una golosina; al fondo estaba el Castillo del Cid y más abajo se libraba un duelo a pluma y espada. La tarde había empezando amenazando lluvia pero, afortunadamente, el viento se había llevado las nubes más amenazantes y las horas eran plácidas.
Volvió sobre sus pasos, hacia el Arrabal, recorriendo de nuevo los caminos de polvo y tierra; se sentó en la fuente a maravillarse del arte de aquel muchacho tocando la guitarra junto a la tienda de chocolates; ¿cómo no pecar? Se compró un par de lingotes para que el buen sabor de boca de Puy de Fou le durara días; también había quesos, aceites, jabones ¡espadas! libros, camisetas, llaveros, brújulas, carteras de piel, bellísimas plumas... ¡libretas!
Continuó su paseo relajado y cruzó el Askar Andalusí; las aves ya estaban a buen recaudo y había dejado de servirse el té, era tarde para la cetrería de reyes pero no para disfrutar de las vistas y el poblado; miró la hora y se encaminó a vivir el Último Cantar del Cid; qué vida, qué emoción, qué honor, qué valor... ¡qué espectáculo!
(Silencio... ni tan siquiera un cuento de domingo es excusa suficiente para desvelar más de la cuenta cuando del arte se trata).
Vividos los tiempos del Cid ¿por qué no lanzarse al Descubrimiento de América? Lo hizo; saludó a Colón y a la reina Isabel, embarcó en la Santa María, antes llamada La Gallega y propiedad de Juan de la Cosa, y navegó al frente de la Pinta y la Niña, ambas carabelas, lo hizo con la ventaja de saber que por dura que fuera la travesía y por más estragos que hiciera el escorbuto, llegaría a su destino... y sabiendo también que su nao no regresaría nunca más, se hundiría frente a las cosas de La Española (hoy República Dominicana...).
Volvió al Arrabal porque era allí donde las gentes populares echaban las horas del día y de la noche, donde se servían ricas viandas y refrescantes bebidas, donde sonaba la música y donde se descansaba un poco para dejarse atrapar después por el Sueño de Toledo...
Un sueño que no se duerme ni se imagina, se ve y se vive, se lo lleva uno puesto tras rendise a la evidencia de que el arte, arte es, y la vida... sueño; sueño con el del Ingenioso Hidalgo imaginando molinos... ¡locura!
(De nuevo silencio, no hay que contar lo que ha de verse...).
Arrastraba sus pies hacia el Arrabal y de ahí a la salida, al fin de aquella tarde-noche viajando en el tiempo, lo hacía con pocas ganas, muy pocas, de que la experiencia terminara y se preguntaba si sería cosa suya, que se dejaba sorprender como una niña ingenua o si...
Supo que la respuesta era 'o si...' cuando escuchó la animada cháchara de pequeños locos bajitos de los que habían nacido con un videojuego entre las manos y otro en la cabeza, hablar con emoción de lo que acababa de ver y preguntar con ingentes cantidades de curiosidad cómo era posible que pasara lo que acababa de pasar en aquel gran escenario... Dudaban de lo que habían visto con sus propios ojos porque el arte es lo que tiene... magia.
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Si eres un amante de la historia, de las artes escénicas, de la tecnología aplicada a ellas, de la música en directo, de las experiencias inmersivas, de las noches de arrabal, de las tardes de teatro y del vuelo de las aves... Te sobran las razones para visitar Puy de Fou, en Toledo.