Había aprendido a disfrutar del sabor intenso del chocolate negro, del toque picante de la pimienta rosa y del punto espirituoso y refrescante de la ginebra y la quinina; de la acidez de la lima, de la dulzura del melón y de la suntuosidad sápida de los frutos rojos; y también había descubierto que la felicidad se gestaba en la sola idea de disfrutar de aquellas delicias, después de hacerlo solo quedaba la pena de haber perdido la perspectiva de tanto placer gustativo apenas un rastro de lo feliz que había sido. Tal vez por eso estaba segura de que la felicidad no existía, porque sabía que no era más que un estado de ánimo tan placentero como transitorio, voluble y volátil como los gustos gastronómicos y, probablemente, excesivamente sobrevalorado.
Hay que ser feliz por cojones. Porque sí. Porque si no eres feliz no eres nadie. Y porque todos tienen derecho a ser felices.Y si no eres feliz es porque no eres resiliente. Es tu culpa. Claro que incluso Huxley, que se molestó en escribir una tras otras las claves del mundo feliz, sabía que la felicidad y la tristeza o incluso la amargua son caras de la misma moneda que difícilmente pueden disociarse, sabía que los seres humanos no son todos iguales y fantaseaba con la idea de cuán feliz podía llegar a ser el mundo si lo fueran... no iguales del todo, claro, iguales por grupos, por castas, de modo que todas las necesidades de todos estuvieran cubiertas y que no quisieras ser nada distinto de lo que eras ni estar en ningún otro lugar más que el que ocupabas.
Consciencia.
Se preparó un café para recuperar la suya porque tras una noche de insomnio la mañana tendía a la inconsciencia. Y ese venía siendo siempre el problema. La consciencia y la inconsciencia. Las gentes del mundo feliz lo eran solo por una razón, no eran conscientes más que de sí mismos, su propio placer y sus propios derechos ¿colectivismo? ¡ja! solo sobre el papel, el proyecto y el plan, en la práctica era el placer individual el que los movía, la consciencia de sí mismos en ese placer y la absoluta inconsciencia del otro. El egoísmo absoluto y la completa carencia de empatía. El infeliz, el consciente, era discriminado, señalado, apartado, castigado, olvidado... asesinado civilmente.
Espolvoreó su café con un poco de canela y ante los efluvios de aquella especia pensó ¿y si ese mundo de feliz impuesto a todos y cada uno de los seres humanos, ese mundo feliz perfectamente organizado, estructurado y dirigido, esa sociedad carente de cualquier viento de libertad no fuese más que un trampantojo que despistaba a los seres humanos del único camino salpicado de momentos de verdadera felicidad?.
No. No divagaba. Sabía muy bien lo que se estaba diciendo. El ser humano feliz es el que tiene éxito ¿que no todos pueden tener éxito? ¡ja! no todos pueden tener el mismo éxito ni el éxito es lo mismo para todos pero todos pueden tener éxito ¿cómo? haciendo de su infancia y su juventud un tiempo de descubrimiento personal, de conocer sus habilidades y sus destrezas naturales, sus debilidades y sus incapacidades ¿para suplir después sus carencias? ¡no! para ahondar en sus fortalezas, engrandecerlas y usarlas todas para hacer de sí mismos su mejor yo. Después vienen los proyectos, el estudio, el esfuerzo y, antes o después, el éxito.
Porque el éxito, como la felicidad, no era un derecho ni una opción, tampoco era un destino, era un camino, el camino del ser humano feliz; un sendero a veces tortuoso y empinado, a menudo de descubrimiento y esfuerzo, de trabajo, de ideas, de sueños, de errores, de atajos buenos y malos, de... de ser cada vez más uno mismo y menos uno más.
Miró los posos de su café descubriendo al fondo de la taza los restos de canela, una bruja de cuento podría desplegar ante ella todo su futuro solo con ver aquellos posos pero ella no se dejaba engañar; creía tanto en la magia como en el mundo feliz, y tan poco en la felicidad como derecho adquirido como su existencia más allá del esfuerzo e incluso del sufrimiento; sus momentos más felices coincidían siempre con el resultado de sus trabajos más intensos y con la superación de sus horas más tristes, con el orgullo íntimo de haberse superado a sí misma, de ser hoy un poco mejor que ayer.
No. No dejaría que nadie la convenciera de que la felicidad era un derecho ni dejaría que nadie dirigiera su vida camino de un supuesto mundo feliz del que incluso más allá de Huxley tenía noticias... ¿de dónde a dónde cruzaban el muro de Berlín los alemanes? ¿de dónde huyen quienes logran juntar las monedas justas para pagarse el vuelo de salida? ¡no tendrás nada y serás feliz! decían en Davos... Y era mentira. La pobreza nunca, jamás y bajo ningún concepto engrendra felicidad, si acaso conformismo y rendición personal y por supuesto relatos inventados con el fin único de la autogestión de todos pero nada más... ¿Es la riqueza la que engendra entonces felicidad? ¡Tampoco!.
Se asomó a la ventana y vio a un grupo de niños corriendo como almas que lleva el diablo hacia el parque... la felicidad la engendráis vosotros, les dijo desde la distancia, cada vez que os esforzáis por conseguir lo que queréis ¿y lo demás? lo demás es accesorio, cuando no mentira y propaganda.