Se miraba al espejo cada mañana sin apenas verse, lo hacía solo para no pintarse a ojos ciegas, bastante desastroso era ya tener que hacerlo a mano alzada con su pulso inquieto y su incapacidad innata para no salirse de la zona a colorear; se vestía también a ojo aunque era fan del monocolor así que difícilmente podía equivocarse; a partir de ahí se dedicaba a mirar al mundo sin darse cuenta de que el mundo también la miraba a ella y veía el reflejo en el espejo al que apenas había prestado atención... ¿o acaso veía otra cosa?
Vístete para el trabajo que quieres, no para el que tienes, sonríe si quieres que te sonrían, calla los proyectos para que nadie los tuerza, disfruta lo bueno, deja que lo malo pase, olvídalo rápido... aquellos mantras que tantas y tantas veces le habían repetido en su infancia poblaban su cabeza en los primeros minutos del día, calle abajo, y se preguntaba al vuelo, sólo un momento y negándose a responder, si acaso cumplía alguno de ellos aunque solo fuera por casualidad...
Se prometió un café largo y doble mientras el eco de una conversación ajena llegaba a sus oídos... hablaban de espejos ¿a quién le importan los espejos? pensaba, a lo sumo el del baño, claro, para no pintarse a ojos ciegas... los ecos se entrecortaban pero volvían a ella y la dejaban tan pasmada como debió quedarse la bruja de Blancanieves la primera vez que el espejo osó decirle que ella no era la más bella del lugar; hablaban de distorsiones, del engaño del espejo y de la prueba del algodón de la fotografía ¿cómo? si quieres verte como de verdad te ven no tienes que mirarte al espejo, tienes que hacerte una foto y mirarla después, lo que ves en la foto es lo que ven los demás... eso le explicaba una aborrescente a una mujer que tanto por la edad como por la santa paciencia que reflejaba su cara, debía ser su madre... Deducía que su madre tenía tanto tiempo para mirarse al espejo como ella misma, menos incluso a tenor de la extraña combinación de colores que vestía, como para pensar en hacerse una foto y juzgarse...
Pero el engaño del espejo se quedó ahí, en segundo plano, y cuando se miró de reojo en uno de ellos al entrar en el edificio de la oficina y no se disgustó no pudo evitar preguntarse cuánto la estaría engañando su ojo o el propio espejo... en todo caso ¿qué importaba? ¿no decía el poeta que la belleza está en el ojo del que mira? Pues eso...
Ocupó su mesa y lamentó no haberse tomado un ibuprofeno o dos con el café, Zipi y Zape estaban, un día más, a la gresca... que si tu mail no es claro, que si el tuyo es confuso, que si tu presentación es demasiado larga, que si la tuya es demasiado compleja, que si no se te oye cuando hablas, que si a ti no se te entiende... y así hasta el vete a tomar viento de rigor seguido, a modo de respuesta, por un y tú a freir puñetas...
Pero aquel día la cosa iba de espejos así que la discusión no quedó ahí: ¡estrategia del espejo! exclamó su compañero de mesa dando así explicación al cruce de impropierios varios y medias verdades salpicadas de mentiras y metáforas que habían soportado estoicamente durante casi dos horas.
¿Pero qué le pasaba aquel día a todo el mundo con los espejos? Ante su cara de desconcierto recibió más explicaciones: estrategia del espejo, me soríes, te sonrío, me hablas educadamente, te hablo educadamente, me ninguneas, te ninguneo, me gritas, te grito... alzó la mano frenando la enumeración en seco, lo había entendido a la primera... Y si lo piensas bien, añadió su compañero de mesa, es lo más justo, darle al que tienes delante lo que él te da, sin más, es lo que merece ¿no?.
Ella lo miró y afirmó sin mucha convicción... él tal vez sí, respondió segundos más tarde, pero los demás no... añadió señalando a todas las personas que, como ellos, habían soportado la discusión subida de todo; además, continuó pensando en alto, corres el riesgo de que el espejo ese que usas de estrategia acabe reflejando de ti la imagen del tipo al que respondes y emulas a la vez... y recuerda que el mundo nos mira...
Ya, dijo su compañero con aire de suficiencia e ironía, y tú qué eres ¿de las que no quiere ponerse a la altura del otro o de las que no deja que la arrastren al barro por si le ganan por experiencia? Aquellas frases también habían sido mantras en su vida mucho tiempo atrás pero hacía tiempo que las había olvidado... Miró a su compañero directamente a los ojos: soy de las que están siempre a la altura de los retos del día y de las que bajan al barro cuando se me pone en las ganas ¿o acaso no me conoces?.