La miró como quien mira al mentiroso y al fabulador, como quien pide cuentas de lo que la realidad desvela a quien había pintado un cuadro de colores que se demostraba inexistente, a quien cuenta un cuento con final feliz que se convierte en una pesadilla, en una emesis sin fin, que no era una enfermedad rara pero sí de lo más incómoda.
Para convencerlo de que hiciera de tripas corazón y se bebiera de un trago la infusión de manzanilla con anís, le había asegurado y hasta prometido que sólo podían pasar dos cosas: el dolor de tripa se evaporaría como por arte de magia o bien le ayudaría a expulsar de su estómago aquello que tanto dolor le estaba causando fuera lo que fuera...
Él hubiera dado todo el dinero de su hucha a cambio de que se hiciera realidad la primera opción pero, para su desgracia, lamento y sufrimiento, incluso la segunda opción le parecía ya buena y es que aunque había expulsado de su cuerpo la cena, la merienda, la comida y hasta el desayuno, aunque hacía ya rato que su estómago y sus tripas no tenían en su interior nada más que lo que su propio cuerpo fuera capaz de producir, seguía vomitando...
Tenía la sensación de estar vomitándose a sí mismo y comprendió, con una claridad innecesaria, aquella frase a la que su madre recurría cuando veía al político de turno mitinear enérgicamente ¡parece que suela bilis por la boca!... ¡Yo sí que suelto bilis por la boca! se quejó amarga y dolorosamente...
Fuera cual fuera la razón de aquella emesis, llegó, como llega todo en la vida, a su fin; se dejó caer en la cama como un fardo, cerró los ojos cayendo en brazos del agotamiento y del sueño, se durmió con el cuerpo vacío y doliente pero profunda y placenteramente.
Su sueño fue largo y cabe que incluso reparador pero cuando amaneció pasadas las 11 de la mañana no se sentía fresco ni enérgico, más bien un poco mareado y todavía asqueado, revuelto, con pocas ganas de todo y muchas de volver a zambullirse en la cama, acurrucarse entre las sábanas y dormirse de nuevo.
El día fue pasando como pasan todos los días, con su tiempo organizado en horas, minutos y segundos, transcurriendo al mismo ritmo, con la misma cadencia un día que el siguiente, otro día que el anterior... y su cuerpo comenzó a pedir lo suyo: que si un poco de agua o de aquarius, que si una taza de caldo o un poco de pollo cocido ¿unas natillas? Unas natillas...
Y él comenzó a despertar del todo, a salir del duermevela en el que lo había sumido el agotamiento tras la emesis y la falta de alimento; a veces hay que vaciarse, le dijo ella, algo con lo que él se mostró en enérgico desacuerdo; créeme, insistió ella, a veces es el único modo de seguir adelante; él la vio acomodarse a su lado en el sofá y juntar las manos como siempre hacía cuando iba a contarle algo importante.
Verás, continuó ella, cuando tomas algo que te sienta mal, cuando te tragas lo que no debes, un poco de comida en mal estado, algo a lo que tú eres alérgico, una mentira, un engaño... cualquier cosa de esas que sientan terriblemente mal, lo mejor es siempre devolverla, sacarla de tu cuerpo, repudiarla, alejarla de ti porque, si no lo haces, si te la quedas haciendo como si no te molestara o te doliera, como si no te importara, hará lo suyo... y lo suyo no es nada bueno porque nunca nada bueno se saca de la comida en mal estado ni de los engaños y mentiras, tampoco de las cosas que son, por las particularidades de tu cuerpo, veneno para ti.
Él seguía dándole vueltas, recordando la noche toledada en la que pensó que iba a salirse por su boca e insistió ¿pero no hay otra manera? ¿no hay un medicamento para poder digerir la cosa y luego devolverla por... ahí (añadió señalando la zona del cuerpo en la que la espalda pierde su casto nombre). Ella sonrió y se encogió de hombros, a veces sí, añadió, pero... recuerda lo mal que te sentías anoche no cuando vomitabas sino antes de empezar e imagina sentirte así durante horas y horas... y luego sentir un dolor todavía más intenso y...
Puaj! exclamó el desechando la idea. Sí, apostilló ella, mejor pasar de todo lo malo, querido mío, mejor echarlo fuera, fuera trampantojos y mentiras, fuera el yogur caducado y la carne pasada, fuera todo aquello que te revuelva y te haga sentir mal, fuera y lejos los demonios... si has tenido la mala suerte o la poca perspicacia de tragarte un cuento, un relato o un jamón cocido estropeado, no te importe, no te avergüence haberte equivocado, peor sería persistir en el error... devuélvelo, que de la emesis se sale, de las distopías no, por muy utópicas que se presenten.