Lo de su café del domingo era ya todo un ritual, solía acompañarlo de un paseo urbano que acababa por ser siempre revelador pero aquel domingo iba a saltarse esa parte, su cabeza bullía en lo vivido en los últimos días y las conclusiones a las que había llegado se mostraban a sus ojos reveladoras y evidentes; exigían además verse escritas y explicadas.
Se acomodó frente al teclado dispuesta a explicarle a la pantalla en blanco que lo inevitable puede no serlo tanto y que la fe en lo inexorable del destino puede llevarnos al más ridículo de los absurdos. Conclusiones todas que podía incluso ejemplarizar aunque no pensaba llegar en modo alguno a ese detalle.
Hay momentos en los que el destino parece estar escrito -comenzó...- situaciones de final oscuro que advierten ser caminos sin retorno y, en ellas, el miedo, la rabia, la pena, el dolor, las lágrimas e incluso el grito... todo un compendio de emociones hirientes que se convierten en el más grande de los absurdos cuando de pronto amanece y donde todo era oscuro brilla el sol mientras ves a alguien regresar silbando de un camino que se suponía sin retorno. Y es que lo único que es cierto a todas luces es que la vida es incierta, lo demás son percepciones, sensaciones, ilusiones, temores, pasiones... que demuestran su certeza pasado el tiempo y, en el camino, demostramos los seres humanos cuán absurdos podemos llegar a ser dando por cierto lo que todavía no lo es y cabe incluso que no llegue a serlo nunca.
Miró entonces hacia la ventana ansiando ver luz de primavera pero el domingo estaba oscuro y sólo podía intuir el frío helado de las calles, no le costó esfuerzo alguno permanecer en su silla y volver a sus letras... - en la vida hay muchos menos inevitables de los que confesamos porque tendemos a poner esa etiqueta a todo aquello que entraña alguna dificultad o a lo que exige de nosotros un punto extra de esfuerzo y creatividad, de buscar soluciones donde nadie antes las encontró o incluso de inventarlas; pocas cosas son inexorables y, aun las que pueden definirse así, no tienen fecha asignada por lo que su inevitabilidad es sólo un futurible que llegará cuando le toque, la cuestión es... ¿qué hacemos mientras tanto? el absurdo... mucho más a menudo de lo que somos capaces de entender hacemos el absurdo porque convertimos los inevitables en el eje que hace girar nuestro modo de sentir y de vivir-.
Se levantó y se acercó a la ventana que antes mirara desde su silla, era consciente de que estaba entrando en un terreno pantanoso en el que parecía filosofar más que pisar la realidad del suelo pero, aun a pesar de ello, no le cabía duda alguna, casi nada era tan inevitable como nos decimos y errar en el uso de esa etiqueta podía llevarnos al absurdo porque nada hay tan absurdo como sentir el dolor que nace de un supuesto inevitable... ¿y si al final resulta no serlo? ¿y si lo es mucho más allá de lo que pensamos? ¿qué es lo nuestro? ¿un pre-dolor? ¿un anticipo del dolor venidero? ¿una dolorosa ofrenda a algún dios lejano? es, sin duda, un absurdo...
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