Cuenta el miedo de los unos y los otros, el de quien lo alienta y el de quien lo siente, el de quien le da rienda suelta, el de quien encuenta en él el entorno ideal para rebozarse en el barro del odio al de enfrente y del quien hace del propio miedo su negocio.
Cuentan los casos, los ingresados y los confinados, cuentan los síntomas y también los asintomáticos, cuentan las comunidades, las regiones, las provincias y hasta los ayuntamientos, cuentan las ideas (las buenas y las malas), cuentan los días, las playas, las temperaturas y las ansias de vivir al aire libre aunque solo sea un rato.
Cuenta el cloro de las piscinas y el salitre del mar, los paseos a pie de playa y los largos matutinos para quemar las cervezas con limón que riegan el atardecer... y que también cuentan.
Cuentan que contra las pandemias provocadas por virus que no tienen tratamiento ni vacuna, por mucho o poco letales que sean, no hay más remedio que el que ha habido siempre, la distancia física y la higiene a todas las horas del día porque para eso cuentan hasta las horas de sueño, las de los sueños pendientes y las de los sueños perdidos.
Cuentan que no pasa nada por no ver el mar un verano (aunque para quienes en 46 años jamás hemos vivido tan penosa experiencia por aquello de haber crecido junto al mar y haberlo tenido siempre por destino llegado el verano nos parezca casi un drama), que seguirá allí el próximo año y el siguiente... y siempre.
Siempre. Nada es para siempre. O sí. La maldad de quienes hacen de alentar el miedo para después echarle odio como quien echa gasolina al fuego esa sí parece ser eterna. Y la espiral del miedo que, a modo de círculo vicioso, se lanzan a recorrer quienes son pasto de la hipocondría, también.
No estamos locos, que decía la canción, sabemos lo que queremos... Eso me parece a veces, que quienes alientan el miedo, elevan la alerta y sus exigencias hasta el infinito y más allá, no están locos y saben lo que quieren porque la realidad, nos guste o no, sintamos poco o mucho miedo, es que el mundo no puede pararse, el mundo nunca se para y lo de bajarse a voluntad es solo una metáfora con cierta gracia.
Cuentan que todo esto pasará y que quienes hoy lo vivimos lo contaremos cuando seamos viejos como contaban nuestros abuelos las historias de la guerra o nuestros padres las de la puta mili pero mientras tanto lo único que cuenta es el reparto del miedo, un poco es de precavidos, mucho es de cobardes... y lo cierto es que se acuerda una de Lina Morgan plantando su cuerpo serrano al lado del de las vedettes de la época y diciendo aquello de ¡qué mal repartido está el mundo!.
Y mientras tanto, por muy nueva y hedionda que sea la normalidad reinante, lo cierto es que lo cuenta son las risas y los buenos ratos, los largos de piscina y las cenas en la terraza, los caprichos de verano y los planes pendientes, los buenos momentos que se hacen cada día y los que nacen de la actitud buena, la que rompe una y otra vez la espiral del miedo, de la tristeza constante, del mirar más hacia lo que falta que hacia lo que se tiene, la de disfrutar cada minuto porque el tiempo es finito y el que no disfrutas también cuenta, cuenta como tiempo perdido...