Era la primera vez que se veían en meses, se habían portado bien y hecho de su casa su refugio y su tesoro pero, ahora que parecía que la circunstancia iba cambiando y que los tiempos se percibían mejores, se morían de ganas de pisar calle y terraza, de tomarse una caña y de mirarse a los ojos, de tocarse las manos y hasta de morderse la boca en lugar de la lengua una y otra vez, no sabían si con el fin de no envenenarse o el de evitar males mayores que dieran al traste con sus años de amistad. Ella callaba. Siempre callaba más de lo que hablaba. Y por eso al principio nadie se sorprendió por sus largos silencios, sus medias sonrisas escapadas de la mascarilla por las arruguitas de los ojos ni por su mirada intensa y misteriosa.
Claro que sabían que no callaba porque no tuviese nada que decir, lo hacía porque, puestos a hablar por no callar, prefería callar, porque le gustaba escuchar el bullicio de su mesa y de las otras mesas del restaurante, porque volver a verse, a sonreirse y a escucharse era algo así como volver a la vida... Fue durante aquella cena cuando fue plenamente consciente de que confinados estaban en realidad medio muertos y medio morir para no morir del todo está bien durante un tiempo pero si ese tiempo se alarga... quién sabe. Afortunadamente aquel tiempo iba ya tocando a su fin y a ella le encantaba escuchar a sus locos amigos y descubrir que, una vez vueltos a la vida y a las calles, eran los de siempre, seguían cada cual amarrado a sus ideas como el náufrago que se abraza al salvavidas, viendo la vida a través y solo a través de sus propias gafas, con sus propios ojos y por eso cuando Andrea le preguntó qué pensaba no pudo menos que recordar a Ortega y Gasset: yo soy yo y mi circunstancia.
Recurrir a aquella frase cuando todavía no habían servido los postres dio como resultado que la conversación dio un giro filosófico que los llevó a todos a un punto en el que sus ideas confluían; sí, por supuesto, cada uno es como es y como lo va haciendo la vida y no seríamos hoy quienes somos si hubiésemos llevado una vida distinta, si nos hubiesen ocurrido cosas diferentes... Ella sonreía tras la mascarilla pero Andrea la conocía bien y por eso, tras apurar su chupito de tequila, insistió ya no solo en preguntarle qué pensaba sino en pedirle que se explicara... nada de soltar una frase lapidaria y esconderse tras la mascarilla.
Ella asintió y completó la frase: yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo. Se hizo el silencio y todas las miradas se posaron en ella porque la frase así, completa, tal y como la dijo el bueno de Ortega y Gasset adquiría nuevos matices: ¿que qué pienso? dijo ella encongiéndose de hombros y hablando como para sí misma, pienso que igual que en la dictadura los revolucionarios y los antisistema gritaban libertad, luchaban por ella y hasta morían por ella llegado el caso o acaban presos o en el exilio o quién sabe cómo ni dónde... en una democracia liberal los revolucionarios y los antisistema cuestionan la libertad y se abrazan a otras banderas a priori incuestionables, la solidaridad, la ecología...
¿Te parece mal? preguntó Andrea poniéndose a la defensiva. No, respondió ella, siempre que se abrace la bandera que se abrace seamos conscientes de que no tener que luchar por la libertad no significa que no haya que protegerla ni defenderla... los que son hoy países libres hubo un tiempo en que no lo fueron y si no cuidamos de nuestro bien más preciado, libertad, nada asegura que no puedan dejar de serlo; pero no iba a eso... añadió haciendo una pequeña pausa para tomar aire; lo que creo es que a veces queremos mantener vivo aquello contra lo que luchamos, mantener viva la circunstacia porque es ella quien nos hace quienes somos, no sé... si vivimos en una dictadura somos revolucionarios y defensores de la libertad pero si nos quitan esa dictadura ¿qué somos? un yo con una circunstancia nueva y eso a muchos les da miedo... Por eso digo que los antisistema y revolucionarios de hoy cuestionan la libertad y buscan un estado que sirva de tutor de la sociedad, para asegurar su circunstacia, la libertad siempre exige decisión, riesgo, asumir consecuencias... por eso a muchos les da miedo y les gusta mucho menos de lo que dicen.
¿Y entonces...? empezó Paulo pero ella le interrumpió mirándole con dureza directamente a los ojos: entonces deja de hablar de la libertad como si solo fuese la libertad de tomar cañas, como broma tiene un pase, pero nada más. Apuró su chupito de tequila y remató... ah! y deja de hablar de libertinaje, querido, suenas más antiguo y retro que mi abuela en los 90; es simple: tu libertad termina donde empieza la mía, yo te respeto, tú me respetas y los dos tan libres y solidarios como nos plazca.
Andrea sonrió tras la mascarilla y se acomodó en su silla, Paulo y su querida amiga seguían tan a la gresca como siempre así que, de algún modo, supo que, si la circunstancia lo permitía, todo irían bien, que no se había perdido tanto en aquellos meses y que la vida que tenían por delante tenía muy buena pinta...