The Sunday Tale

Cava

Érase una vez la historia de una conjura de hermanas y un muñeco de nieve al calor de una taza de chocolate y un brindis con cava.

Se acercó a la ventana para ver caer los copos de nieve y se sorprendió al descubrir un manto blanco sobre la calle; debía haber estado nevado toda la noche y el domingo había amanecido teñido de frío; vio a los niños correr sobre la nieve y también caerse, un claro aviso de que, bajo el esponjoso manto blanco, había hielo; sonrió al ver como escapaban los unos de los otros tirándose bolas de nieve y pensó que, a pesar de tanto como había cambiado el mundo, había cosas que permanecían intactas, cosas como la risa de los niños y su ansia de juego, cosas como las bolas de nieve. No dejaba de pesar en ello mientras se preparaba un café y se sorprendía al ver una botella de cava en la nevera ¿a santo de qué la había puesto a enfriar?.

Rebuscó en el armario su ropa de nieve y bajó a la calle como cuando era niña, no tenía intención de correr ni de montar una guerra de bolas de nieve sino de construir un gran muñeco.

Al principio nadie parecía reparar en ella pero, cuando su montaña de nieve comenzó a tomar forma, los niños comenzaron a acercarse y los más despistados atendían el aviso de sus padres que les advertían del magnífico muñeco que se estaba construyendo en la esquina de la calle.

Con un ejército de ayudantes recolectando nieve para el muñeco, decidió aumentar su tamaño y no dudó en animar a los niños a hacer uno un poco más pequeño junto al suyo; una mujer ya mayor, aunque no tanto como para temer caminar sobre la nieve, se acercó con un termo y unos vasos de cartón ofreciendo chocolate caliente a los niños y otra mujer, ésta un poco más joven, se ofreció a preparar café para los adultos que estaban al cuidado de los pequeños locos bajitos y helados.

La mujer del termo de chocolate hizo hasta tres viajes a casa para que no les faltara el chocolate caliente a los más pequeños; sonreía feliz y comentaba que esas cosas ya no pasaban, que hacía años que no veía nevar así... ni jugar así a los niños.

Vio ir y venir también a algunos de los padres y como daban a sus pequeños gorros y bufandas, también una zanahoria, para decorar los muñecos, se oían las risas por toda la calle como hacía tiempo porque lo que no sonaba era el motor de ningún coche, nadie en su sano juicio conduciría sobre aquel manto de nieve; imaginaba que estarían en las noticias siendo terriblemente críticos con el ayuntamiento y el ministerio de fomento por la falta de previsión, no les faltaría razón pero, mirando a su alrededor, no podía menos que alegrarse de aquella falta de previsión, al fin y al cabo era domingo... ¿qué importaba?.

Era cerca de mediodía cuando la nieve comenzó a caer de nuevo con fuerza y niños y mayores se vieron obligados a ponerse a refugio; ella subió a casa y, todavía no había cerrado la puerta, cuando oyó el sonido del teléfono.

Su madre, su hermana e incluso sus sobrinos querían pasarse a verla... sabía que intentaban convencerla de que se quedara para celebrar la Navidad en lugar de marcharse de viaje como tenía previsto; se sentía demasiado relajada, había disfrutado demasiado de su mañana de nieve, chocolate y muñecos como para estropearla con una discusión absurda así que los invitó a todos a merendar chocolate con churros en su casa; llamó a la chocolatería para asegurarse de que le traerían la merienda a pesar de la nieve y se dio una ducha caliente y larga, muy larga.

Disfrutó la tarde en familia y lo hizo con un 'ya veremos' en los labios para cada intento de desmontar su viaje de navidad, su hermana la miraba casi suplicante mientras se negaba a probar el chocolate, a ella tampoco le apetecía, ni el chocolate ni soportar aquella mirada porque la comprendía demasiado bien. Se marchó un momento a la cocina y volvió con la botella de cava y un par de copas -vosotros dadle al chocolate- dijo mirando a sus sobrinos y a su madre mientras hacía un gesto a su hermana para que dejara al equipo dulce en la mesa bajo el mando de la abuela y se acercara con ella al sofá.

Abrió la botella de cava y sirvió dos copas, no dijeron nada, no hacía falta, solo brindaron y apuraron su copa, ella las llenó de nuevo. -No ha sido un buen año, ¿verdad?- dijo entonces su hermana, ella la miró y le respondió sin dudar -no, no lo ha sido-, su hermana se encongió de hombros y preguntó -¿por qué brindamos entonces?- ella levantó entonces su copa -brindamos porque al mal año le queda un suspiro y a nosotras media vida, brindamos porque el mundo se ha derrumbado sobre nosotras pero seguimos en pie, brindamos porque tenemos el coraje suficiente para recontruirnos, brindamos...-

-Porque nos da la gana- dijo su madre levantando su taza de chocolate, iba a afearle la conducta por aquello de la mala suerte de los brindis sin alcohol pero vio a tiempo la botella de licor de chocolate sobre la mesa, apuraron las tres sus tragos y su madre preguntó -entonces, ¿te quedarás con nosotros en Navidad?- ella suspiró agotada y le devolvió la pregunta -nunca desistes, ¿verdad, mamá?- su madre sonrió sabiendo que si había un punto de rendición en aquella respuesta no era de su bando y zanjó la discusión parafraseando su brindis -yo también sigo en pie y tengo el coraje suficiente...-.