Los príncipes de los cuentos suelen ser buenos y guapos, novios perfectos e ideales en busca de su princesa de cuento de hadas y cuando el 29 de julio de 1981 aquel príncipe, llamado a convertirse en Carlos III, llevó al altar a su Cenicienta, Diana de Gales, el mundo entero se creyó su cuento de final feliz olvidando que el príncipe ni era guapo ni joven, sin saber que no estaba enamorado (no al menos de su princesa) y que contaba, además, demasiados años como para no guardar algún que otro secreto en su armario.
Aquel trampantojo de final feliz duró lo que duró, poco, lo justo para un par de hijos (un heredero y el repuesto...) y un sinfín de disgustos; ¡lo que hubiera hecho Shakespeare con esta historia! pensábamos muchos... olvidando que la vida tiene su propio guión y sin saber que el cuento que había de contarnos no tendría nada que envidiar a los dramas shakespearianos.
El divorcio no se estilaba en tiempos de Shakespeare y tampoco entre los herederos a la corona pero aquella boda de cuento de 1981 había dado lugar a un matrimonio tan terrible que más valía un divorcio tardío que algún mal mayor tiempo después pero ¿qué hacer entonces con la Princesa del Pueblo y su Príncipe, un príncipe que había demostrado ser más la antítesis del protagonista del cuento que otra cosa? Eso debió robarle noches de sueño a Isabel II porque ella sabía que la vida venía con guión, siempre viene así para las cabezas llamadas a ser coronadas, y el guión de la Monarquía tras su reinado se le antojaría dramático, quizá por eso se hizo longeva y le robó todos los récords a la reina Victoria.
Conocimos a Camilla y por más que le ponían de apellido 'el amor de toda la vida' del entonces Príncipe Carlos, el mundo la miraba mal, pero cuando se supo aquello de que Carlos, aún casado con Diana, sólo quería ser su tampax (perdónenme ustedes la ordinariez, no es mía, es de Carlos III cuando era Príncipe de Gales), empezó a mirarlo peor a él.
Luego vino el giro de guión, la trágica muerte de la princesa del cuento llamada a ser reina y, más tarde, el perdón popular, otorgado a regañadientes, al príncipe que seguía esperando llegar, algún día, a ceñirse la corona, algo con lo que soñaba sin saber cómo ni cuándo ocurriría.
Lo que seguro que no pensaba entonces es que su cuento podía tener un final feliz tardío, que podría casarse con su 'amor de toda la vida' y no sólo coronarse sino también coronarla a ella; y viéndolos a ella y a él coronados y en el balcón saludando a los sufridos ingleses que los esperaban, como corresponde en el Reino Unido, bajo la lluvia, resultaba imposible no pensar la de sustos, disgustos y portadas de Hola que se hubiera ahorrado Isabel II si hubiera aceptado la primera opción, el primer amor, a Camila...
Y colorín colorado, con el príncipe hecho rey, Carlos III, y casado con la reina que se le antojó, este cuento se ha acabado...