The Sunday Tale

Caminantes

'La colección de zapatos que cada mujer guarda es la muestra más patente y evidente de su modo de caminar la vida'.

'La colección de zapatos que cada mujer guarda, o incluso esconde en el fondo de su armario, es la muestra más patente y evidente de su modo de caminar la vida'.

Aquella idea, aunque intentaba desecharla, no dejaba de dar vueltas en su cabeza; y es que a veces escuchas una frase que no es más que un retazo de una conversación ajena, dicha por algún desconocido que, cabe la posibilidad, de conocerlo ni tan siquiera te caería en gracia... pero no deja por eso de fijarse en tu cabeza cuando ésta toca algún resorte interior de esos que abren puertas y desatan ideas y tempestades.

Aquella metáfora y toda la simbología que encerraba acerca del calzar, los zapatos y la vida se había quedado ahí, como parte del consciente y el subconsciente y la obligaba a mirar de reojo a sus zapatos hasta el punto de sentarse sobre la cama, piernas cruzadas y sobre ellas su bandeja y su portátil, mirada al frente, al fondo del armario abierto... y los zapatos allí expuestos. Todo ello, para presentarse a sí misma en su calzado.

Allí estaban las deportivas, bailarinas, cuñas, plataformas, sandalias, botas de agua o piel, salones... allí estaba su ser en sus zapatos y su intención de psicoanalizarse en ellos... una locura, tontería o incluso estupidez como otra cualquiera, pensaba, pero el caso era que le apetecía intentarlo.

Había días en los que era sofisticada y atrevida, eran los días en los que lucía bella y con descaro sus endiablados Louboutin en cualquier fiesta; no eran días largos, eran sólo ratos y momentos porque la sofisticación era para ella únicamente un atuendo que ponerse en las ocasiones y quitárselo a su fin. De hecho, de Louboutin había sólo un par, ese, el de las ocasiones.

Había en cambio incontables pares de bailarinas, algunas ya muy usadas, gastadas pero se sentían sus pies tan felices al colarse en su horma que no se había sentido nunca con ánimo de deshacerse de ellas; y es que todos los días podían ser días de bailarinas porque eran brillantes y de colores, porque aun fuera de su tacón sabían vestir y sabían ser casuales; sabían lucir al final de unos jeans y esconderse bajo un largo y voluptuoso vestido regalando acomodo a su elegancia; eran además un poco de niñas, una evocación de aquella pequeña de par de coletas y dos lazos con vestiditos de nido de abeja... y es que en ella nunca había dejado de latir el corazón de la niña que un día fuera.

Las botas de agua no podían faltar, había al menos tres pares sino más, las clásicas y calentitas, las enrrollables, las divertidas y estampadas, las sofisticadas... Eran sus botas de saltar en los charcos y bailar bajo la lluvia, las de ser y sentirse en invierno capaz de correr las calles y andar la vida.

Pero había más, porque había lugar a la elegancia y el vestir más allá de su alma de niña y su ser descarada y sofisticada en ocasiones; no faltaba alguna cuña ni stiletto, tampoco las pulseras al tobillo, alguna plataforma ni tampoco las deportivas. Sonrió al ver la extraña mezcla que esos zapatos conformaban, era una masa confusa de colores y estructuras que componía una imagen de lo más impresionista, semejante a la de su corazón apasionado frente a su mente analítica y cargada más de criterios que de razones porque las razones gustaba de dejarlas al corazón.

Y así estaba ella, haciéndose casi un análisis psicológico en base a sus zapatos, concluyendo que tenía cierto punto aquel asunto, cuando entró él al vuelo en la habitación, la miró a ella, miró al armario, volvió a mirarla a ella y sonrió... -la vida no sólo se camina querida...- dijo sabiendo lo que ella hacía frente al fondo de su armario abierto, y sin darle opción a responder tomó su brazo y se lanzaron hacia la puerta.

Ya en la calle él continuó -...además de caminarse, se rueda... y hoy vamos a rodarla-. Le ofreció un casco, acarició su moto, se miraron y, pensando una vez más en los cruces en los que confluían sus caminos, rodaron... juntos.