The Sunday Tale

Bette Davis eyes

La pasión es, sin duda, el motor de todo...

Se acomodó en el sofá tras bajar la intensidad de la luz para regalarse una sesión de cine de esas en las que se olvidaba de si misma y de su mundo por completo para vivir aventuras ajenas, emocionantes y apasionadas. Aquella noche quería ser Jezabel.

Y es que la Davis vestida de rojo, con su absoluto descaro y su pasión por bandera, era digna ver una y mil veces; era una heroína doliente y despechada que sumaba error a sus errores guiada por una impulsividad incontenible que era suya y sólo suya.

Y entre palomita y palomita, fotograma y fotograma, ella reflexionaba sobre el espinoso asunto de afrontar la vida a corazón descubierto o la necesidad de proveerle cierto cobijo; ni ella tenía respuestas ni Jezabel le daba tampoco solución, imaginaba que el asunto estaría, como solía suceder, en una suerte de equilibrio indescifrable, su búsqueda le parecía incluso cuestión de alquimia más que de tiempo.

Allí estaban de nuevo los ojos de la Davis llenando la pantalla; soberbia, vengativa, irrefrenable, toda pasión y locura de la cabeza a los pies y en sus palabras, en sus gestos y en sus ojos; no es que quisiera ser Jezabel, ni parecérsele siquiera, se sentía agotada con tan solo vivir su emocionalidad desde el sofá, pero envidiaba su despliege, ese alarde de sí misma, ese mostrarse sin pudor y sin medida que era tan de Jezabel y, en cierto modo, tan de la propia Davis.

Claro que llegó el final, el desenlace de una historia de arrebatos desmedidos, de pasiones sueltas sin ritmo ni cadencia, libres de toda cordura y de cualquier razón y, mientras jugaba con los granos de maíz que no habían llegado a ser palomita, se preguntaba ¿y qué? ¿y qué importa arrebatarse o no si el resultado es siempre incierto?

Y así, como quien no quiere la cosa, había llegado al quid de la cuestión, a la certidumbre de la vida que resultaba ser siempre escasa, tanto que el aire se hacía a veces irrespirable y, en aras de su propia supervivencia, ocurría que había quienes en lugar de buscar certezas -árduo trabajo, sin duda- las creaban, mucho más fácil así por más que resultara del todo incierto lo inventado.

Pasiones, certezas, miedos, arrebatos... la vida era, más que ninguna otra cosa, un compendio de humanidad y por eso tenía tintes bellos y deslumbrantes y otros realmente tristes y de pura decepción. Y es que, en realidad, había poco de cierto en la vida, los ojos de Bette Davis y algún otro detalle, nada más...