The Sunday Tale

Atardecer

Alcanzar el horizonte era un sueño imposible que teñía de belleza las vidas que habitaba...

El horizonte era algo así como un sueño imposible, una línea trazada a una distancia infinita que parecía a veces más corta, a veces más larga… era como un espejismo, como los grandes mares y lagos perpetuos que se adivinan en lo más hondo de un desierto, una realidad inventada, sentida tan propia que incluso toma forma ante nuestros ojos y que se desdibuja amargamente hasta desaparecer un instante cuando nos acercamos… para dibujarse de nuevo a una nueva e infinita distancia.

Veía el sol caer al mar aquella tarde pensando en ese horizonte que podía disfrutar con los pies metidos en el agua, un horizonte que sabía se alejaría más cuanto más se metiese ella en el agua con la absurda intención de acariciar el sol antes de que se lo tragase el mar. Ahí estaba la historia, no había un mar que se tragara el sol, era sólo una cuestión de perspectiva en un instante concreto del giro de la tierra alrededor del sol y sobre sí misma.

Eso era el horizonte, una ilusión óptica… algo así como un sueño imposible, una ilusión; acostumbraba a mirar hacia otro lado cuando la evidencia de lo absurdo e imposible que era alcanzar el horizonte se planteaba con nítida claridad ante sus ojos, pero aquella tarde no, aquella tarde era más de Sanchos que de Quijotes y luchar contra molinos de viento se le antojaba tan absurdo como soñar con tocar el sol con sus manos antes de que éste se zambullera en el mar.

¿Y entonces qué? Se preguntó… Y no hubo respuesta.

¿Qué decirse entonces? Nada… y no importaba porque no importaba nada que fuese más allá de aquella playa y su mar, de aquel sol en aquel atardecer, de aquel momento e instante en el que el horizonte existía y tomaba forma ante sus ojos con un sol inmenso y naranja que se acunaba ya sobre las olas, mar adentro, dejándose querer por ellas aun sabiendo que su objetivo era apagarlo…

Claro que el apagón era mentira… Dejó que su mente siguiera divagando por caminos nuevos y quién sabe si más certeros; sabía que el sol se dejaba ver en todo su esplendor en otros cielos mientras en el suyo pintaba un ocaso, un fin que era sólo un instante de una vida y tras el que no tardaría más que algunas horas en llegar un nuevo amanecer y un nuevo sol, un nuevo día… y quién sabe si una nueva vida.

Y más allá de su modo de ver aquel atardecer, más allá de las reflexiones que le arrancaba, más allá de aquel instante… había algo cierto e innegable, era la belleza. La belleza de una playa y su mar, de atardecer y de una vida fueran cuales fueran sus avatares, fueran como fueran sus días y sus cosas siempre tendría un horizonte de belleza… ¿Quién podría entonces decir que un sueño es imposible? Mientras de a una vida un trazo de belleza no será ya imposible, ni tan siquiera posible, será cierto.