Tiró sobre el sofá con cierta desgana y decepción el par de periódicos con los que había entretenido en café en la terraza del bar; no por menos predecible se le hacía más fácil de asumir la evidencia de que, al menos en sus primeros meses, 2021 iba a ser muy parecido a 2020, un 2020 bis había dicho algún afamado opinador, y no solo por el tiempo que necesita la vacuna para inmunizar (dos dosis con un mes entre la primera la segunda) o por la capacidad de producción de los laboratorios sino porque, además, el virus era, como por otra parte cabía prever, caprichoso y sus mutaciones podían dar más de un susto y, sin duda, algunos disgustos.
Solo el que resiste, gana. Si lo decía un Premio Nobel tan hábil con la pluma y el relato como Camilo José Cela ¿quién era ella para negarlo? el problema es que resistir no siempre era fácil: había quien, con tanto ERE, ERTE, cierre y retrasos burocráticos varios ya no tenía sus necesidades básicas cubiertas, resistir así era difícil; luego estaban los que aguantaban el tirón y mantenían el trabajo pero vivían cada día mirando hacia atrás por si la siguiente ola del tsunami se los llevaba por delante y escudriñaban el futuro tratando de encontrar la grieta por la que escaparse de la pandemia y sus consecuencias.
¡Jumanji! había gritado sola en casa cuando dieron las 00.00 del 31 de diciembre, era cosa de su sobrino que decía que tenían que gritar todos Jumanji para salir del juego ¡venga!, lo había animado ella, gritamos Jumanji y nos vemos fuera... (fuera de la pandemia, claro), lo que no sabían era cuándo surtiría efecto el sortilejio, los primeros días de enero, sin duda, no.
No. No quería contradecir a Cela pero sí apostillar su frase: resistir es necesario pero no basta, resistir es lo que hacen las avestruces metiendo la cabeza en la tierra mientras el mundo se derrumba a su alrededor, obtienen mejores resultados las avestruces que deciden resistir con la misma perseverancia pero corriendo en dirección contraria al peligro. No. no bastaba con resistir, había que resistir plantando cara a la adversidad, no encerrándose en uno mismo y su castillo mientras el mundo se convertía en un río revuelto en el que solo los que eran más destructivos que los rápidos y las corrientes lograban imponer su ley. Resistir era la condición sine que non. Pero no era suficiente.
Había que resistir. Había que resistirlo todo poniendo además al mal tiempo buena cara. Y había que defenderse, no solo protegerse. Y la mejor defensa es siempre un buen ataque. No bastaba soportar los embites de la pandemia y sus cosas tras la mascarilla y a dos metros de distancia del mundo, había que lanzar a la vacuna contra ella. No bastaba con soportar estoicamente el derribo del mundo a cuenta del miedo de unos, la inconsciencia de otros, la inconsistencia de todos y el oportunismo de los más destructivos. Había que defenderse. Había que proteger el perímetro de la libertad desde los muros del respeto. Y había que atacar con la fuerza de la verdad y la justicia en el momento preciso. Porque llegaría un momento en el que las gafas de ver el mundo de color de rosa perderían su poder mágico y, llegado ese momento, alguien tendría que decir que el rey absoluto no es tal y, además, está desnudo.
Con todo aquello revoloteando en su cabeza se preparó otro café, el tercero del día y no eran las 10; lo hizo sin remordimiento alguno porque tenía siempre a mano la excusa de su tensión baja para justificar su adicción emocional al café largo cortado con leche de soja y sin edulcorante alguno... Sonrió para sí misma y pensó que así le gustaba también la vida, sin azúcares añadidos. ¡Qué año el 2021! suspiró, el 2020 bis...