2016 era un año par... ese era todo el análisis que, a 3 de enero, estaba dispuesta a dedicarle porque si de algo estaba segura era de que los años se hacen, no nacen buenos o malos por generación espontánea; sabía que traería lo suyo, un manojo de buenas nuevas y otro de disgustos porque la vida traza siempre sus planes más allá de lo que uno sueñe, John Lennon lo tuvo claro y lo dejó dicho: la vida es aquello que te ocurre mientras tú te empeñas en hacer otros planes...
Claro que al final ganaban siempre los planes, matizados por las cosas de la vida, pero los sueños, cuando se aliaban con las pasiones, los empeños y los esfuerzos, acababan siempre por hacerse con la suya y convertirse en realidad.
Diciembre era un mes para soñar alto y fuerte, para creer en Santa Claus, en los Reyes Magos, en el circo, en los sueños, en la magia y en los cuentos... Y enero era el tiempo en el que los sueños bajaban al suelo y se convertían en objetivos de una vida o, al menos, de un nuevo año. Tocaba marcarse objetivos, mirar de frente y a la cara a los sueños imposibles y gritarles ¡voy a por ti!.
Era el momento de conjurar las ganas y trazar los caminos, el de echar a andar con paso firme y constante, dispuesta a evitar los atajos y trazar nuevas rutas si por unas u otras razones su camino se tornaba imposible; lo que no estaba dispuesta a cambiar jamás era el sueño y el destino porque renunciar a eso era tanto como negarse a si misma tres veces en la más íntima traición que podía cometer.
Sonrió ante su té con leche acompañado de unos dulces de navidad que había preparado el día anterior y lo hizo segura de haber descubierto una de las malas artes de la vida antes de que hubiera dado al traste con sus sueños; era la que alentaba la confrontación y la soberbia, la que confundía las convicciones propias con el lado bueno de la vida olvidando que la singularidad del ser humano está en su individualidad y en su ser libre y único por encima de todas las cosas; no, no estaba dispuesta a renunciar a sus sueños, a sus ideas ni a sus convicciones pero tampoco lo estaba a imponer tales pensamientos ni modos de ver la vida a nadie, no confrontaría su ser al del otro porque cada persona es un mundo y la base de un futuro bello y próspero está en la suma de todos, jamás en la división y la confrontación de las partes.
No era una idea compleja como tampoco era compleja la vida salvo cuando el ser humano se empeña en rizar el rizo: nadie tenía derecho a imponerle sus ideas ni sus modos de vivir de la misma manera que ella no podía imponer los suyos a los demás, la vida buena era un vivir y dejar vivir, un respetar la libertad del otro del mismo modo que ansiamos el respeto a la propia. Se acercó a su libreta y añadió un apunte que sabía se repetía a través de sus páginas de citas y pensamientos propios: 'La vida es una suerte de equilibrios entre sueños y realidades en el que la suma crea sinergias infinitas que hacen brillar y crecer el lado bello del mundo mientras la división reduce el todo en partes mínimas que se confrontan y se ven mermadas en batallas insensatas que alimentan el lado oscuro del mundo'.