No soy capaz de pronunciar su apellido. Su nombre a duras penas. László Krasznahorkai (Gyula, Hungría, 5 de enero de 1954), último galardonado con el prestigioso Man Booker International prize —premio bianual que se concede en reconocimiento a toda una labor literaria—, estudió en Budapest y, antes de dedicarse a escribir, recorrió su país de punta a punta y ejerció diversas profesiones a lo largo de sus viajes en provincias. Por suerte, acabó cediendo a su pasión, a su vocación, regalándonos obras de extraordinaria belleza y muy diversa temática que más de una vez han sido llevadas a la gran pantalla por su compatriota y amigo, el cineasta Bela Tarr.
Visionario, intenso, innovador, Krasznahorkai experimenta con las palabras, con las texturas, con la escritura, creando obras profundamente hermosas, de esas que absorben, que llevan al lector a mundos lejanos, desconocidos, magnífico. Pero también complejas en ocasiones, pues si hubiera que nombrar tan sólo una de las características de su particular lenguaje literario, ésta sería la insólita longitud de sus frases. Descriptivas, densas, perturbadoras. ¿Alguien puede imaginar que una única oración ocupe casi dos páginas? O tres… No exagero. Sin embargo, ello no impide leerlo con fluidez, sin perderse en el laberinto de sus estructuras.
Pese a no figurar en los escaparates de los bestsellers, László Krasznahorkai no es ningún desconocido en nuestro país. Su obra se ha venido publicando en español desde 2001, año en que se presentó a los lectores españoles con Melancolía de la resistencia. A partir de ahí la editorial Acantilado ha adoptado a Krasznahorkai como uno de sus favoritos y acaba de publicar el quinto libro del autor húngaro, Y Seiobo descendió a la Tierra.
Profundamente vinculada a la cultura oriental, la novela—o secuencia de relatos, según se mire— se consagra a la descripción. Y también al arte, a la perfección y a la belleza eterna. Porque todo tiende al infinito en esta obra; desde la numeración de los capítulos, que en un alarde de erudición sigue la célebre sucesión de Fibonacci, hasta la habitual extensión de las frases, el escritor húngaro nos deleita en cada capítulo con una obra arquitectónica, una pintura, una escultura…, un viaje estético llevado al detalle con la excepcional exquisitez que determina su estilo literario.
Seiobo, la deidad japonesa en cuyo jardín crece un melocotonero mágico que florece únicamente cada trescientos años y cuyo fruto otorga la inmortalidad —explica la editorial—, decide volver a la Tierra en busca de un atisbo de perfección: la belleza. Un don que, aunque efímero, revela lo sagrado y apenas somos capaces de soportar. En su viaje, Seiobo explora el Japón tradicional, sus rituales milenarios; contempla la pintura en la Rusia medieval o en la Italia del Renacimiento; escucha la música del Barroco y sobrevuela la Acrópolis de Grecia, la Alhambra de Granada o la Pedrera de Barcelona. Una obra melancólica y turbadora en la que Krasznahorkai profundiza en el extraordinario consuelo de la belleza y nos ofrece su singular perspectiva de la inherencia.
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Título: Y Seiobo descendió a la Tierra
Autor: László Krasznahorkai
Traducción: Adan Kovacsics
ISBN: 978-84-16011-45-2
Encuadernación: Rústica cosida
Páginas: 464
Precio: 28.00 €