Apenas se desperezaba el siglo XX cuando Mary MacLane comenzó a escribir el relato que iba a revolucionar el mundo. Ignoro si estaba dispuesta a ello o se trataba del simple divertimento (o desahogo intelectual) de una adolescente. Y, aunque tras leer las diez primeras líneas de Deseo que venga el diablo me inclino por lo segundo, lo indudable es que aquel 13 de enero de 1901, una deliciosa bomba en forma de diario juvenil estaba a un tris de hacer estallar el universo de lo políticamente correcto.
Yo, de condición femenina y diecinueve años, empiezo ahora a poner por escrito un retrato lo más completo y franco que me sea posible de mi persona, Mary MacLane, para quien en el mundo no hay parangón.
Antes de continuar, es imprescindible ponerse en situación. Butte (Montana), una pequeña comunidad minera de unos dos mil habitantes cuya vida insulsa difícilmente podría colmar las aspiraciones de cualquier persona con un mínimo de inquietud intelectual. Mary, mujer, 19 años. Intensa, inteligente, desbordante (y desbordada) de vida, vacía de conciencia y una madre que, por mucho que haya estado conmigo durante el conjunto de mis diecinueve años, tiene una idea completamente distorsionada de mi naturaleza y los deseos de ésta... Sin duda, su existencia chirría en semejante ambiente.
Más aún. Pues cierto bagaje cultural y literario asoma ya desde las primeras líneas cuando la joven Mclane no duda en comparar la complejidad de su carácter con el de Lord Byron o el de Marie Bashkirtseff. Nada menos. Y es que —pese a su soledad, su sensación de sofoco intelectual, su aislamiento y desapego familiar— autoestima no le falta. Como le sobran las ganas de aprender, descubrir, desarrollarse, crecer y conocer las cosas deslumbrantes que existen.
Soy capaz de sentir. Soy amplia de miras. Soy un genio. Soy filósofa de una buena escuela peripatética, la mía propia. No me importan ni el bien ni el mal: tengo una conciencia nula.
Con estos antecedentes, no es difícil imaginar cómo discurre el relato —el retrato, como ella misma se encarga de puntualizar— de esta criatura situada a años luz de la sociedad y la época que le tocó vivir. Pero, ¡ojo!, que nadie se lleve a engaño. No se trata de la autobiografía de un ser marginal. Al contrario. Mary MacLane busca por todos los medios reconciliarse con el mundo y con ella misma. Por eso escribe. Y encuentra en ello —la escritura es una necesidad, como el comer— el modo perfecto arrancarse de la miseria de la vaciedad y el hastío.
Rebelde, encantadora, exultante, versátil, Mary McLane despliega toda la potencia y genialidad de su joven voz con una destreza apabullante. Como ella misma. Como su ambición. Buscando al diablo entre la arena y la aridez. Y la fama. Porque también la desea y lo expresa sin ambages. Deseo fama. Deseo escribir. Escribir cosas que provoquen la aclamación admirativa del mundo en su totalidad; cosas que sólo se escriben una vez en años, cosas sutiles pero claramente distintas de los libros que se escriben todos los días. Yo soy capaz.
Y lo fue. Un mes después de publicarse en el año 1902, Deseo que venga el Diablo —rescatado por Seix Barral tras más de un siglo— se convierte en bestseller con cien mil ejemplares vendidos.
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Título: Deseo que venga el diablo
Autora: Mary MacLane
Traductora: Julia Osuna Aguilar
224 páginas
Idioma: Español
ISBN: 978-84-322-2425-6
Formato: 13,3 x 23 cm.
Colección: Los tres mundos