Ya nos adelantó Rafael el pasado mes de octubre, casi al tiempo del decimotercer Premio Nobel otorgado a una mujer, Alice Munro, algunas pinceladas sobre el genio literario de una autora tan excepcional como, hasta entonces, poco leída en nuestro país. Y es que la vida y las letras de esta escritora canadiense, discreta, observadora e intimista, siempre se han mantenido alejadas del ruido y del ruedo de los grandes betsllers. Pero la obra de Munro nació —aunque alcanzar la fama no figurase entre los ideales de la escritora— con el “estigma” de lo sublime, de lo extraordinario. Y la genialidad, como la belleza, al final resulta imposible de ocultar.
Escenas cotidianas, paisajes provincianos de su Canadá natal, insistentes escenarios rurales o ese aparentemente anodino transcurrir de la vida que pocos —salvo “monstruos” de la narrativa mundial como Chéjov, Hemingway o Cortázar— han osado utilizar como argumento principal de una novela o un cuento, se convierten entre las manos de Alice Munro en historias apasionantes, en soberbios relatos intimistas.
Y todo gracias ese don excepcional como es el dominio de la palabra, a esa extraordinaria percepción de las relaciones personales capaz de penetrar hasta lo más profundo de la psicología humana, haciendo florecer latentes conflictos familiares, secretos que de tan silenciados se tornan en una especie de tabú insalvable, personajes construidos de forma magistral; y esa cadenciosa manera de narrar, de conducir cada instante; ese dejar adivinar pese a la minuciosidad de sus descripciones. Pero, ¡ojo!, no vayáis a pensar que se eterniza en los detalles, ralentizando la acción. ¡Ni mucho menos! En sus textos no falta nada, pero tampoco sobra. Ni una coma.
Y si dentro del universo literario de Alice Munro las relaciones humanas juegan un papel primordial, suelen ser las femeninas las que cobran especial relevancia. Claro que su condición de mujer y la lucha cotidiana algo (o mucho) tendrá que ver con ello, pero la cuidadosa conversión de esas sensaciones esencialmente femeninas, de esas pasiones tantas veces veladas por la rutina y las obligaciones en hilo conductor de una historia emocionante es inigualable. Así sucede en la primera de sus dos únicas novelas, La vida de las mujeres.
La vida de las mujeres “es autobiográfica en la forma, aunque no en los contenidos”, dice, irónica, Alice Munro.
Un escenario rural, el transcurso impasible de los días, la resignación a vivir previsiblemente, un río –elemento, por cierto, constante en su obra- y una niña, Del Jordan, a través de la cual se van desgranando actitudes, caracteres y escenas cotidianas. Todo se va sucediendo sosegadamente, como si nada ocurriera. Pero a veces irrumpe lo extraordinario rompiendo el orden tan presumible de la vida provinciana de Jubilee.
Aunque lo realmente extraordinario es la prosa de la autora.
¿Acaso existe una definición del placer tan deliciosamente turbadora?:
"La misma palabra, “placer”, había cambiado para mí; solía pensar en ella como una palabra suave que describía una autoindulgencia más bien discreta; de pronto parecía explosiva, con las tres letras de la primera sílaba saliendo a presión como fuegos artificiales y terminando en la meseta de la última sílaba, su ronroneo soñador”.
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Título: La vida de las mujeres
Autora: Alice Munro
Traductora: Aurora Echevarría Pérez
ISBN: 9788426419477