Libros

De qué hablamos cuando hablamos de Carver

"Es posible escribir una línea de un aparentemente intrascendente diálogo y transmitir un escalofrío a lo largo de la columna vertebral del lector".

Crecer en la América profunda de los 40, dentro de una roulotte mugrienta donde jamás se leyó un libro y al lado de un hermano cinco años menor, una madre camarera con un sueldo exiguo y un padre que se bebe todo lo que gana como peón en un aserradero no se perfila, en principio, como el ambiente idóneo para la forja de un escritor. Casarse a los 19 con una chica de 16 y la afición al alcohol como único patrimonio, tampoco parece presagiar un futuro demasiado prometedor. Al contrario. La historia suele repetirse como una especie de karma hereditario. Casi siempre, salvo cuando hablamos de Raymond Carver.

Porque cuando hablamos de Raymond Carver, hablamos de uno de los genios del relato breve del siglo XX. Tan genial que la crítica lo sitúa al lado de Chéjov. ¡Nada menos!

Pero vamos por partes. Pues Carver no es precisamente el típico héroe dickensiano que a fuerza de sacrificio y constancia se sobrepone a todas las adversidades de su infancia y juventud hasta lograr el éxito y el reconocimiento social. No. Carver se deja llevar por esa realidad demoledora que le toca vivir. Cae en todas sus trampas. Sobrevive al alcoholismo pero igual hubiera podido dejarse destruir por él. Sin embargo, tiene un don excepcional, la capacidad convertir en arte la sencillez más sórdida y en literatura toda esa realidad periférica, marginal y desoladora que nada tiene de literaria.

Brutal, sin adornos ni concesiones traduce en relatos toda la violencia, la injusticia, la mezquindad, la desidia, la miseria que le rodea. Porque la prosa de Carver es directa, sobria, escueta, austera. Y es que cuando hace sol, Carver escribe “hace sol” y cuando alguien se encuentra mal Carver escribe “se encuentra mal”. Como mucho “horriblemente mal”. Sin metáforas ni subordinadas. Sin adverbios. Sin recovecos ni psicologías retorcidas. Adjetivos, los imprescindibles. Sujeto, verbo, predicado es su máxima.

Porque cuando hablamos de Raymond Carver, hablamos de precisión. E intensidad. Porque esa incansable búsqueda de la palabra exacta, lejos de restar emoción a su literatura, añade. Ahí radica la maestría de este gran escritor norteamericano considerado como el máximo exponente del minimalismo y el realismo sucio de los 70 y 80.

Durante su corta carrera —un cáncer lo fulminó a los 50 años— se publicaron varios libros recopilatorios de sus relatos. Cualquiera de ellos es fascinante y rara es la persona que tras leer alguno de los cuentos de Carver no cae en una irremediable adicción a su prosa. Aunque por destacar, destaco el tercero publicado en español, De qué hablamos cuando hablamos de amor. Y lo hago simplemente por una cuestión personal: me cautivó el título. Se trata de un compendio de 17 relatos que lejos de destilar dulzura y romanticismo reflejan ese estilo depurado y demoledor del escritor. De hecho, en el cuento que da título al libro, tres parejas comentan sus experiencias amorosas frente a una botella de ginebra; beben, se despedazan, discuten, constatan que el amor puede significar cosas tan distintas como entrega, sexo, sumisión, incomunicación, odio, ternura…

En fin, que si  he logrado despertar vuestra curiosidad por un escritor tan excepcional como Carver, creo que no os vais a arrepentir. Aunque igual acabáis cayendo en el vicio “carveriano” y, como yo, durmiendo con él cada noche. Y no sé qué opinarán vuestras parejas al respecto.

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Título: De qué hablamos cuando hablamos de amor
Autor: Raymond Carver
Nº de páginas: 160 págs.
Encuadernación: Tapa blanda
Editoral: ANAGRAMA
Lengua: Castellano
ISBN: 9788433920669