Los países, los lugares, son lo que cada época van haciendo de ellos. Un país, un tiempo en el que mejor no ser alguien, en el que mejor no empeñarse en saltarse las barreras; un tiempo de silencio que hoy en día sería muy codiciado, pero que en el final de la década de los años 40, momento en el que Luis Martín Santos coloca a sus personajes, no era ese ansiado silencio tan escaso en nuestros días, sino un estado de enmudecimiento voluntario para pasar lo más desapercibido posible.
Pero, claro, el silencio traía consigo necesidades, ilusiones rotas, querer y no poder. No por ineptitud ni nada parecido, sino por la imposibilidad de conseguir los medios adecuados para seguir avanzando. ¡A quién se le ocurre ponerse a investigar el cáncer en aquella época en España! Pues a Pedro, un médico que tiene la suerte de poder trabajar en sus estudios sobre la maldita enfermedad, con una cepa de ratones importados de Estados Unidos. Menos mal que su ayudante, Amador, había regalado algunos ejemplares a El Muecas, un individuo – pariente suyo - que malvive en una chabola de los bajos fondos del Madrid de la época. Mal que bien, El Muecas había conseguido criar esos ratones y mantenerlos con vida. Así que Pedro y Amador contactan con el gitano para recuperar los ratones. Hasta aquí no habría problema, a no ser que, para su empeño, les tocara lidiar con esa parte de la sociedad siempre olvidada – incluso hoy en día – y dejada de la mano de Dios. Ser médico y tener inquietudes hubiera sido algo muy positivo, pero también negativo cuando comienzan a suceder una serie de acontecimientos que desembocarían en tragedia. Puede que las circunstancias, la época, la necesidad, la incultura o vete tú a saber qué, provocaran que los hechos que desencadenan toda la trama se conviertan en una suerte de malentendido del que Pedro vive ausente.
Con este contexto, Luis Martín Santos nos enseña en Madrid de los 40 desde muchos ángulos y perspectivas. Lo malo y lo bueno, la verdad y la mentira. La lucha por la vida en una ciudad que pelea por resurgir de sus cenizas, contenida en una novela inmortal, considerada uno de los grandes títulos de la literatura española del siglo XX.
Tras leer Tiempo de silencio de Luis Martín santos, es casi seguro que acabáramos con muchas ganas de leer más cosas de este magistral escritor y seguro que igual de excelente siquiatra. Sin embargo, no va a ser posible, a no ser que estemos interesados en temáticas ensayistas relacionadas con la cirugía y la siquiatría. Habiendo vivido en directo lo que describe y publicado la novela cuando aún no había cumplido los 40, desapareció del mundo tras un accidente de tráfico. Una de esas perlas de la literatura española que con un único texto se convierte en inmortal y que bien pudiera haber llegado todo lo lejos que hubiera podido imaginar.
El destino nos acompaña para bien y para mal, como en este caso, si bien, hizo patente esa vieja frase que dice que los genios no deben morir, porque este genio no lo hizo.