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El guardián entre el centeno

No parece que Salinger se contuviera demasiado a la hora de meterse en la mente de un adolescente en 'El guardián entre el centeno'.

Se veía venir. Y no lo digo por decir, sino porque da lo mismo que nos encontremos en el siglo XXI o en la Edad Media. La confusión de la mente humana en según qué épocas de la vida de cada uno es la misma desde el primer hombre pensante hasta el último que habite la tierra, momento que vete tú a saber cuándo llegará. Se veía venir, porque a pesar de todo, las cosas vienen a la cabeza como vienen y es un ejercicio muy difícil sicoanalizarse a sí mismo con el fin de echar a un lado las ocurrencias que nos viene a la cabeza, los detalles de otros que aborrecemos, las actitudes que nos perturban o las situaciones que nos llevan a encontrarnos síquicamente dentro de un pozo. Si esto es así incluso cuando uno ha llegado a cierta edad en la que muchas cosas empiezan a traerle sin cuidado, imaginemos cómo será esta lucha interior en una persona de diecisiete años a la que se le hace muy cuesta arriba vivir una vida en la que no encuentra un lugar medianamente confortable. Se veía venir, digo, sin apenas dudarlo, que muchas veces, cuando con esa temprana edad de adolescente se intenta salir a flote, cualquier pequeño descuido puede hundir un poco más a la persona que necesita respirar su propio aire.

No se me ocurre una forma más directa de definir lo que le está ocurriendo a Holden Caulfield, el protagonista de El guardián entre el centeno. Parece que Salinger no se contuvo demasiado a la hora de meterse en la mente de un adolescente y hacer fluir todo ese pensamiento negativo que todos hemos tenido en esa época de nuestra vida en la que nuestros cerebros están sufriendo pequeños tsunamis internos, en los que las neuronas vienen y van como títeres sin cabeza algunas y como verdaderas semillas de genio otras. Un verdadero caos en el que las dotes de genialidad se mezclan con los retazos de ignorancia que rezuman entre decenas de sensaciones que no hacen más que decir a uno que todo lo que le rodea vive bajo un concepto equivocado.

La adolescencia es un periodo complicado, sí. Salinger en El guardián entre el centeno es capaz de aislar sólo una parte del complicadísimo cerebro adolescente. La parte triste, la depresiva, anárquica. Toda norma social está contaminada de la estupidez de los hombres que las han ideado; muchas, muchísimas cosas, por nimias que sean, son enormemente molestas y desagradables para la mente de un niño que ya no lo es; de un hombre que tampoco lo es aún. Holden Caulfield desnuda su mente con la ayuda de la pluma de Salinger y alcanza una altura de pensamiento que la sociedad americana de la época no es capaz de asimilar. Delincuencia, alcohol, sexo,… Estamos en el ecuador del siglo XX y lo hacemos provocando, simplemente por contar lo que todos hemos tenido en la cabeza y a sacar a la luz las sensaciones enfrentadas propias de la adolescencia.

Se veía venir, decía, según iba leyendo El guardián entre el centeno, que todo no era sino el principio, que final andaba aún lejos, pues para un joven de diecisiete años no es sencillo encontrar las respuestas en tan sólo unos pocos días. Se veía venir que para el joven Caulfield no eran suficientes todas las páginas de El guardián entre el centeno para salir de su propio laberinto. Lástima que Salinger decidiera dejarnos sin saber el final de la historia.

Parece ser que la intención de J.D. Salinger, mientras escribía El guardián entre el centeno, eran las de contar las pequeñas aventuras de un adolescente durante las vacaciones de Navidad. Lo que no sabía entonces el escritor era la que se iba a armar con una obra que ya pertenece al selecto grupo de las mejores de la historia de la literatura en lengua inglesa.

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Título: El guardián entre el centeno
Autor: J. D. Salinger
Traducción: Carmen Criado Fernández
Sello: Alianza Editorial
Colección: El libro de bolsillo.
Páginas: 288
Publicación: Septiembre 2010
ISBN: 978-84-206-7420-9
Páginas: 288