Mies Van der Rohe.
Arquitectura

Mies Mad Man

Un rascacielos sencillo pero no simple, que muestre claridad en el espacio, la construcción y la estructura.

“No quiero un rascacielos más, sino un nuevo modelo acorde con los tiempos de renovación que vivimos. Un edificio que suponga un punto de inflexión en la arquitectura de Manhattan. Un rascacielos sencillo pero no simple, que muestre claridad en el espacio, la construcción y la estructura, porque creo que esa la única forma en que podemos tener una comunicación con las esencias de nuestra civilización.”

Puede que a mediados de los años 50, estas palabras resonasen en la cabeza de Mies van der Rohe  (Aquisgrán, Alemania, 1886 – Chicago, Illinois, 1969) cuando se le encargó proyectar el edificio de oficinas para la destilería Joseph E. Seagram & Company en Park Avenue, entre las calles 52 y 53. A partir de ese momento Mies se traslada a un pequeño estudio en Manhattan y en apenas unas semanas prepara unos primeros bocetos para concertar una reunión con Samuel Bronfman, el dueño de la empresa.

A pesar de su corpulencia, Mies era una persona muy tímida a la que no le gustaba aparecer, hablar o leer en público. La relación se le hacía más fácil ante la presencia de unos martinis, tumbado en un sofá y fumado puros. Pero aquel día se presentó en el despacho de Samuel con unos planos y una pequeña maqueta, donde arriesgar y sorprender quedarían encima de la mesa.

Lo primero que planteaba era algo que nadie hubiera tenido el valor de hacer: perder terreno. En vez de ocupar todo el solar, el edificio se retranquearía unos 30m de la avenida principal creando una plaza desde la cual admirar el edificio, y permitir la entrada de luz en la calle. Aquél sería un espacio para que el edificio respirase. Por su parte la planta baja sólo albergaría un elegante hall de entrada con grandes vidrios y exquisitas carpinterías metálicas, nada de locales comerciales que arruinasen la imagen única del edificio.

Finalmente el sistema estructural se resolvería con hormigón armado, dado que una reciente normativa contraincendios prohibía el empleo de estructura metálica sin revestir. Y esto que puede parecer una banalidad, para Mies fue un reto, su pasión por la estructura metálica, no le dejaba otra salida.

Así que agudizó su ingenio e hizo del obstáculo un escalón, dando forma a un nuevo recurso constructivo: el muro cortina. En vez de pesados muros que apenas dejaban espacio para abrir ventanas, como ya ocurría en el Empire State o el edificio Chrysler, la nueva estructura exterior metálica se acoplaría a la estructura principal del edificio, y sería empleada sólo para soportar el peso de grandes paneles de vidrio.

Todo resultaba tan simple y lógico, que de ser una jugada de ajedrez hubiera sido un jaque mate. A pesar de su carácter reservado, Mies supo tratar con absoluta seguridad y firmeza todas las preguntas y peros que Samuel Bronfman  le planteaba. La confianza en su trabajo cambiaría a partir de ese momento la forma de construir rascacielos en Manhattan hasta nuestros días. Un tipo que bien podría asemejarse al personaje de ficción Don Draper, quien ante las pretensiones de sus clientes siempre formulaba una pregunta: “¿Esto es lo que quiere o lo que la gente espera de usted?

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