Viajar

Destino: Lisboa. (I) La bohemia

Allis Ubbo decían los Fenicios, Olissipo los romanos. Poética, luminosa, ondulante y pedregosa, Lisboa conserva todo el encanto del pasado.

Sábado por la mañana, ya más cerca del aperitivo que del desayuno. La Avenida da Liberdade se caldea bajo el tímido sol del invierno lisboeta. “El día se despertó lluvioso –nos dicen mientras disfrutamos de una copa de Oporto en el hall del Hotel Fontecruz– pero al final se quedó bonito”. El tono dulce y cantarín de la joven nos hace intuir el amable carácter portugués y así, animados por la calidez de la mañana y el ajetreo de la calle iniciamos nuestro primer paseo hacia La Baixa.

Inmensos mosaicos en blanco y negro se deslizan bajo nuestros pies mientras disfrutamos de fuentes, estatuas, arboledas y lujosos escaparates a uno y otro lado de la avenida hasta toparnos casi de golpe con la Praça dos Restauradores. Dejando a un lado la del Rossío –ya volveremos a ella– nos mezclamos con el bullicio de la Rua Augusta: tiendas y cafés, vendedores de castañas, artistas callejeros, turistas… Un hervidero. Aunque no puedo disimular mi impaciencia por adentrarme en la bohemia de la Alfama y perdernos en su endiablado entramado de pequeñas callejas, pendientes imposibles y fachadas desvencijadas plagadas de melancolía y azulejos de colores. Una bandera portuguesa nos saluda entre las ropas que cuelgan de los balcones dándonos la bienvenida a este antiguo barrio árabe presidido por el Castelo de Sao Jorge.

Más por gozar del encanto de los míticos tranvías que por recuperar el aliento, tomamos el viejo 28. El viaje inaudito al corazón de la ciudad a bordo de un pequeño vagón del 1901 se convierte en una experiencia inolvidable: su traqueteo constante y el incesante quejido de su estructura de madera mientras se encarama por cuestas imposibles no nos impide observar el espectáculo pintoresco de la vida de la Alfama y, como el atardecer se nos va echando encima, bajamos en el Mirador de Santa de Lucía justo a tiempo para contemplar cómo las nubes, saltando de tejado en tejado, se deshilachan entre violetas y anaranjados para sumergirse definitivamente en las profundidades del Tajo. Fascinante.

El descenso es más pausado; las estrechas y promiscuas callejuelas dejan paso a vías algo más rectas, más amplias, más iluminadas. Cerca ya de La Baixa la sorpresa nos asalta de nuevo, esta vez en forma de tienda vintage y salón de té. Una mezcla sublime repleta de ropa reciclada, modelos sesenteros y muñecos de latón. A Outra Face da Lua, parada indispensable para las almas más cool. La cena en Sacramento es el broche final. Sorprendente y único, este antiguo palacio del siglo XVIII situado en pleno barrio de Chiado se ha convertido en un espacio elegante y chic. Su ambiente moderno, cosmopolita y su excelente carta no defrauda ni al más exigente de los paladares.

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