Su nombre es imposible, pero merece la pena memorizarlo o, al menos, tenerlo anotado en todo lo alto de la lista de cosas que hay que hacer antes de morir. Porque visitar la isla privada de Tsarabanjina no es un viaje más. Perdida en el Atlántico, a 60 kilómetros de Madagascar, este enclave esconde uno de esos resorts donde no solo se va a descansar sino a estar en el auténtico paraíso de los dioses.
El Constance Tsarabanjina Madagascar ha ubicado aquí sus lodges para que podamos disfrutar de unas vacaciones inolvidables. Al ser una isla pequeña (aproximadamente unas 350 hectáreas), es fácil darse un chapuzón en alguna de las tres diferentes playas vírgenes del lugar, o en las que tiene habilitadas el complejo, si se prefiere andar menos de 100 metros entre la cama y la playa. Todo es posible en este ambiente que se pretende preservar prácticamente virgen, de ahí que el cuidado con el medio ambiente sea extremo.
Aquí no falta la arena blanca, las aguas turquesas siempre en calma, las flores tropicales ni los pájaros de mil colores. Todo se puede ver desde sus 25 villas, situadas 13 en el lado norte de la isla y las 12 restantes, en el sur. Entre ellas, veredas y pequeños patios que dan un aspecto rústico muy singular al complejo. Del mismo modo, el interior trata de conseguir ese toque especial, con muebles de madera y profusión de cómodos sofas y sillones. Lo que no hay es televisor, ni teléfono ni Internet. El ambiente, como dicen en Constance Hotels, es "propio de Robinson Crusoe".
El punto fuerte, sin duda, es su spa. A los tratamientos habituales se le suma la posibilidad de convertir las rocas del rompeolas de la isla en una sala de tratamientos. Como si de una cabina se tratara, es posible recibir una indulgencia en nuestros músculos y articulaciones mientras oímos el mar a nuestro lado, susurrándonos que nos relajemos con cada ola. ¿Quién no se apunta a disfrutar de uno?
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