Desmintiendo al mítico Obélix creado por Goscinny y Uderzo, los romanos no estaban locos. Es más, eran listos, muy listos. Por ejemplo, recordemos aquí a un tal Julio Graco. de los Gracos de toda la vida, que arrastraba una molesta y persistente artritis ya desde antes de ser enviado a Hispania, con lo que le molestaba a él salir de su querida Roma, con esos combates de gladiadores, ese Foro, esos templos y demás maravillas. Pues bien, el caso es que tuvo que coger uno de esos caminos que no sólo conducían a la Ciudad Eterna si no que también salían de ella para todos los sitios y dirigirse hacia el oeste, como si hubieran pasado unos siglos y en vez de Graco, se llamase Wayne.
Sin embargo, el bueno de Graco terminaría por agradecer toda la vida al Cónsul que le mandó a aquellas tierras de lo que hoy es la Serranía de Cuenca, tan lejos de Roma. Y es que uno de sus centuriones, queriendo ganarse un puesto, le informó de que ciertas aguas de un manantial del Valle de Solán (o como lo llamarán por aquel entonces, que si los romanos tenían algún defecto, además de haber tenido a Nerón y Calígula como emperadores, es no hablar en castellano) producían un saludable efecto en aquellas personas que las bebían o se remojaban en ellas. Y Julio Graco inauguro la larga lista de personas que han hablado bien de las aguas del manantial de Solán de Cabras.
Y puede que hayan discurrido millones y millones de litros por ese manantial, y que hayan cambiado muchas cosas desde entonces, pero lo que no ha cambiado es la composición y el beneficioso efecto del agua de Solán de Cabras, y la belleza de la Serranía de Cuenca. Con la ventaja de que ahora podemos sentirnos como un verdadero rey disfrutando de todo ello en la comodidad del Real Balneario de Solán de Cabras. Y lo de disfrutar como un rey no es una exageración, porque hasta el rey Fernando VII se acercó por allí por su mujer María Josefa Amalia de Sajonia para ver si las propiedades del manantial eran extensibles a favorecer la procreación de príncipes con la que seguir extendiendo el apellido y la dinastía en el tiempo.
Pero no es necesario apelar a la enfermedad ni a la necesidad de herederos para visitar el Real Balneario. Basta con querer disfrutar con mayúsculas de unos días de descanso (con más mayúsculas todavía) en un entorno natural privilegiado, donde el ruido del agua combina perfectamente con la sonrisa que se te instala según pones el pie en el lugar. Ya sea leyendo un rato en sus salones o en sus jardines, disfrutando de un buen vino en su terraza al borde del río, o paseando por los alrededores, la paz y la relajación estarán aseguradas, así como el disfrute en compañía de amigos, familia o pareja. Con bastante diferencia, el que más va a sufrir va a ser el móvil, del que no te acordarás hasta que repases la maleta para volverte.
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