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Playa privada frente al atardecer en el mar Rojo

Nada como disfrutar del impresionante golfo de Aqaba desde el hotel Kempinski de la ciudad, un cinco estrellas pensado para hacer de este rincón de Jordania nuestro hogar.

Aqaba es un paraíso, pero un secreto a voces. La han descubierto con ganas noruegos y suecos, que viajan hasta allí en busca de una temperatura agradable todo el año, un mar Rojo en el que nadar tranquilos y la posibilidad de tener las maravillas de Jordania, como el desierto de Wadi Rum o la ciudad perdida de Petra a menos de una hora, hora y media de camino.

No cabe duda de que estamos ante uno de los lugares con más potencial turístico de Oriente Medio, no solo porque ofrece todas las facilidades de un destino turístico de primer orden, sino también porque la seguridad está garantizada, así como la quierud y la tranquilidad. No es de extrañar que los propios jordanos, cuando tienen unos días libres, se escapen hasta allí, familia real incluida (no es extraño ver los viernes llegar un helicóptero de la flota militar en la que se mueven los monarcas aterrizar en el helipuerto privado). El caso es que Aqaba merece la pena, sobre todo ahora que no está del todo explotada y que mantiene vivo en elcanto de Arabia, pero sin perder ningún lujo ni ninguna comodidad.

Se aprecia, por ejemplo, en su oferta hotelera. Y, de esta, ninguno como el Hotel Kempinski. La cadena hotelera tiene a la orilla del mar Rojo todo un centro de vacaciones. Lo primero que llama la atención es su playa privada. Es verla y entrarte unas ganas locas de bañarte en el mar Rojo, pero aun más impresionante es esperar al atardecer, pues desde su orilla, o desde la piscina de arquitectura infinita del hotel, a su espalda, se puede ver una de las puestas de sol más bonitas, con el Astro Rey perdiéndose poco a poco por las montañas del Sinaí, ya en Egipto. No todo el mundo lo sabe, pero desde su playa se pueden ver cuatro países: Jordania, Egipto, Israel y Arabia Saudí.

Con 200 habitaciones (desde 140 €/noche), 30 de ellas suites (desde 213 €/noche), el hotel tiene una forma semicircular, en dos grandes alas, todas ellas conectadas por un gran lobby principal. Las habitaciones destacan por su minimalismo, en una sencillez que no está reñida con el confort. Sus mejores suites cuentan con un jacuzzi privado con vistas sobre el mar, y todas tienen grandes camas en las que descansar con total seguridad, además de carta de almohadas.

Punto y aparte es su spa, en el que brindan todo un rango de tratamientos cosméticos y relajantes, que se realizan con productos de firmas como Trinitae, creada con sales del mar Muerto. No falt aun jacuzzi o un baño de vapor, ni cabinas dobles por si queremos darnos el tratamiento en pareja. Después, nada como ir a alguno de sus restaurantes, a su rincónd e batidos y helados o a su bar, con una amplia carta de cócteles.

Imposible no caer rendido a los encantos del hotel, que además no da la espalda a la ciudad, ya que no está pensado para encerrarse allí, sino que se encuentra a un paso de la Marina Real, perfecta para cenar; así como del centro urbano, de las tiendas y del paseo marítimo y, sobre todo, de la AlSa'adeh, la calle con más vida de la ciudad, con decenas de cafeterías y restaurantes de diseño.

Por cierto, que la playa privada del hotel destaca del resto por un motivo que salta a la vista: su arena, que ha sido traída del desierto de Arabia y que es mucho más blanca y fina que el resto. Todo un detalle.