En Abánades, un pueblo a las faldas de la serranía de Guadalajara, a no demasiada distancia del Parque Natural del Alto Tajo, el río Tajuña se desliza suavemente, con un caudal aún no demasiado generoso, pero lo suficiente como para que a su alrededor se hayan creado pequeñas zonas de esparcimiento, puentes y, sobre todo, rutas de senderismo que parten de un pueblo que, gracias al turismo, está cobrando una nueva vida.
Por un lado, gracias a iniciativas como las que intentan recuperar del olvido los acontecimientos que aquí se vivieron durante la Guerra Civil española, con rutas que visitan las trincheras y los diferentes puestos en los que se vivió una de las batallas más importantes de la contienda. Por otro, gracias a una importante inversión en agroturismo, en la que toman parte un entorno natural sin parangón y edificios históricos como la iglesia románica que corona el pueblo.
Allí se encuentra Los Ánades, uno de esos hoteles rurales que ha sabido conjugar con maestría las exigencias del urbanita del siglo XXI en cuanto a servicios y confort, con el encanto de lo que uno espera de un espacio en medio del campo. Y todo ello a apenas una hora y media de Madrid capital, lo que lo convierte en el destino perfecto de una escapada, tanto de madrileños como de valencianos, que tampoco lo tienen a mucha distancia.
El hotel es de nueva construcción, en una gran casona de piedra donde destacan los amplísimos ventanales que sobresalen en sus tres plantas, todo con un estilo rústico y acogedor que en invierno nos resguarda de las inclemencias y en verano nos asegura la temperatura fresca. A sus pies, un bonito jardín con un pequeño lago, césped donde descansar y bonitas vistas del río y de las huertas locales, con mesitas salpicadas por el perímetro para poder hacer un pícnic nada más llegar.
Aunque el hotel cuenta con pequeños lofts y apartamentos, es en las habitaciones del edificio principal donde se encuentran las de mayor encanto. Algunas, como la suite La Casilla, son bonitos dúplex en los que la cama preside una planta superior abuhardillada, donde no faltan ventanas eléctricas en el techo que permiten 'saludar al sol' sin levantarse si quiera. Y con detalles de decoración muy interesantes como saloncitos que reúnen a los mitos del cine clásico o butacones donde el relax está asegurado.
No faltan rincones especiales, como las salas de juego que recuerdan a los clubes de caballeros ingleses o la biblioteca con chimenea, pero es el spa el más especial. Se encuentra en una casita independiente, que es la única que ya estaba en la finca antes de la construcción del hotel. Se ha reconvertido en un coqueto balneario con jacuzzi, sauna de vapor, sauna finlandesa... y los huéspedes la reservan durante una hora y media en exclusiva, bien para una pareja o para un pequeño grupo, si se viaja junto a amigos.
La restauración, considerada de lo mejor de la zona, se ha especializado en carne de caza y cabrito. Todo un menú de altura en el que no faltan platos típicos como el morteruelo y que hará de una escapada a este lugar todo un rito a repetir por los hedonistas más exigentes. La experiencia, desde 200 €/noche incluyendo spa, lo merece.
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