La Habana huele a Caribe, a la calidez del sol, a humedad sobre piel morena y a hoja de tabaco; suena a malecón y mar, a calle y a ritmos cubanos, se ve cansada en su forma e intensamente viva en su fondo y sus gentes, suena a batalla y conquista, a invasiones y colonos, a la libertad del 98; sabe a ron añejo, a hierbabuena y azúcar, al mojito de la Bodeguita que no es probablemente el mejor de Cuba pero sí el ineludible de su Habana.
La Habana vieja se siente en la historia escrita en su arquitectura y el tiempo en ella detenido, en sus vehículos, en sus tiendas con el género justo y mercadillos de artesanía donde el ingenio de la escasez brilla con luz propia en bellos lienzos y esculturas, en madera pulida, brillante y trabajada, en la creatividad del alma y el deseo, en libros viejos y botellitas de ron.
Y es que la Habana es, esencialmente, hija de su historia, de su ser caribeño, colonia española, hogar americano y estandarte de su revolución y es, por encima de todo, una cuidad para pasearla un día, dos, al menos tres para vivirla un poco y llevarte su latido de vida, esperanza y futuro en tu piel.
Junto a las coloridas fachadas caribeñas y los edificios antiguos de ciudad vieja… el capitolio, y te sientes transportado en el espacio y en el tiempo pisando la huella indeleble del estar americano en Cuba más allá de su ser colonia y española. La escalinata que te lleva a las puertas del capitolio es el lugar perfecto para sentarte a observar y ver pasar la vida habanera ante tus ojos, los camellos con exceso de equipaje, los coches antiguos, clásicos, históricos, únicos porque no hay otros… la gente que ríe y vive, camina, baila y sonríe, los guías que te muestran orgullosos su ciudad y te cuentan su historia a sus ojos. Bien está acabar el paseo en la plaza de la catedral y su iglesia y la calle de al lado, estrecha, cubana y viva… es la que te lleva a la Bodeguita del Medio y un mojito.
El tiempo parece haberse detenido en algunos de sus rincones y así casi esperas encontrarte a Hemingway a la vuelta de la esquina para preguntarle por su viejo y su mar, para que te hable del embrujo de la Habana sobre su alma.
Y sí, necesitas un hotel en el que descansar, recuperar el cuerpo del largo paseo por la Habana vieja, el que de algún modo re-editarás al día siguiente con otros ojos, descubriendo detalles no observados a primera vista, visitando bodegas de ron añejo y fábricas de puros buenos, paseando lento e inquisitivo, escuchando el cantarín acento isleño y a sus gentes… e inevitable la tarde en el café del hotel Nacional, vista al mar…
Puestos a viajar a la ciudad en la que el tiempo de algún modo se detuvo, transpórtate ya del todo a lo largo de la historia y alójate en el antiguo Palacete de los Condes de Santovenia, hoy el Hotel Santa Isabel, un cinco estrellas de puro encanto en plena Habana vieja, pequeño, cuidado, con su patio interior, su historia y su misterio... porque se trata de un hotel hecho a imagen de la ciudad que habita, sin spa, piscina o gimnasio, se mantiene en su fondo, forma y decoración, como una casa colonial de tiempo atrás. Pareciera que a la vuelta de un patio o un pasillo fuese a aparecer el Conde... en busca de su carruaje.
Un gran destino La Habana Vieja hoy, ahora... antes de que el futuro la vuelva nueva.
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