Entre frondosas arboledas y palacetes neoclásicos, entre fuentes ornamentales y quioscos art-decó, en plena Avenida da Liberdade –la más bella arteria de Lisboa, dijo Fernando Pessoa– se alza un distinguido edificio cubierto de azulejos. Su fachada sorprendente nos obliga a detenernos; los destellos rojos de un neón nos indican que hemos llegado a nuestro destino. “Hotel” reza el letrero ceñido a una de las balconadas exteriores como obra de arte a una pared. Nada convencional.
Como nada convencional es lo que nos aguarda tras los muros de The Fontecruz Lisboa Hotel. La espectacular acogida entre cristaleras cuajadas de relojes con los diferentes usos horarios del mundo y una muestra de postales de principios del siglo XX es solo el inicio del más sincero homenaje al viajero que podamos imaginar y que representa, además, la filosofía de uno de los hoteles más lujosos, sofisticados y cuidados de Lisboa e incluso –me atrevo a asegurar sin dudarlo un instante– de toda Europa.
Vanguardia y tradición artesanal portuguesa se unen en un exclusivo y elegante proyecto decorativo diseñado por Eva Almohacid; equilibrio ya intuido en la fachada con sus gallos portugueses que se acrecienta según vamos descubriendo cada uno de los rincones y detalles del hotel: composiciones de llaves antiguas procedentes de la feira de ladres –el famoso rastro lisboeta– nos dan la bienvenida en recepción; lámparas de los anticuarios de la rua da São José que flotan suspendidas de los techos; la crudeza de los muros de hormigón que suavizan con delicadeza antiguos encajes negros artesanos o la larga barra que preside The Bar –el restaurante luso español del hotel– decorada con un pachtwork de azulejo portugués, son algunos ejemplos. Como contrapunto, los modernísimos sofás de Dsignio, la increíble pantalla de proyección de 15 x 4 metros, las mesas redondas de estética industrial diseño de la Tolix Chair de Xavier Pauchard o los ambientes innovadores que nos van llevando hacia el exterior, hacia la terraza. Un auténtico oasis urbano organizado a base de bancales, gigantescas cristaleras y mesas escondidas entre olivos.
El broche final es para las habitaciones; amplias estancias presididas por espectaculares cabeceros en blanco y negro que recrean las antiguas postales del lobby, baúles que ejercen de mesillas y camas vestidas de impecable lencería blanca junto a mullidas butacas y muebles de época completan un conjunto intimista, cálido y contemporáneo capaz de conjugar a la perfección entorno, diseño, modernidad y tradición. Un lugar al que viajar, un aliciente para una visita a una ciudad que nos arropará tanto como decidamos permanecer en ella.
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