Teruel existe, y de hecho esconde unos de los hoteles más singulares: Consolación. Un hotel diferente por definición. Porque pese a tener encanto, no es un “hotel con encanto”, tampoco es “rural” aunque está rodeado de la naturaleza, y pese a ser “de lujo”, es de lujos poco convencionales. Por un lado tiene su edificio principal, ubicado junto a la ermita del siglo XVI. Por el otro, están sus habitaciones Kube. Son conocidas en el mundo del diseño por su forma cúbica y sus paredes de cristal y madera. De esta forma el hotel se integra en la naturaleza y se camufla entre los montes de pinos.
Una imagen vale más que mil palabras, pero si te gusta imaginar, sus habitaciones siguen las directrices japonesas. Naturalidad, minimalismo y serenidad sentados junto a la chimenea, el ventanal y la bañera encastrada en el suelo. En el exterior, la piscina de piedra caliza junto al muro de musgo es el lugar idóneo para superar las altas temperaturas en verano.
Hay otra forma de conocer Consolación y es a través de su restaurante. En él se proyecta la imagen del hotel en una cocina vinculada con el entorno, muy fresca, pero alejada de los excesos creativos. Dirigida por Gonzalo Riviere, los fogones alumbran platos conquistados por el sabor de la trufa, las hortalizas de huerto, ternasco de Aragón y un sinfín de seductores del paladar. ¿Una recomendación? La trufa de chocolate amargo con helado de tomate. ¿Un bonito recuerdo? Participar en uno de los talleres que organizan para grupos y regresar a casa con una receta delicatesen bajo el brazo.
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