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Pandaraid (3): El Hajeb-Errachidia

Despues de dormir a medias por culpa de una tremenda tormenta...

Despues de dormir a medias por culpa de una tremenda tormenta, comenzamos la jornada montados en los Pandas a las 7:30 de la mañana. Comenzamos una enlace por carretera por la que cruzamos el atlas a través de unas carreteras de montaña preciosas; el paisaje es simplemente espectacular.

Llegamos a la zona especial y ahí es donde ha empezado la navegación dura. Nada más comenzar nuestro velocímetro de bicicleta con el que medimos las distancias se vuelve loco, así es que tenemos un breve momento de confusión. Pero nos guiamos con la brújula y las indicaciones del roadbook y enseguida encontramos la ruta, tomando el rumbo bueno hasta el final. Eran unos paisajes increíbles, con caminos rotos durante unos 120 kms: Sergio Leone podría haber rodado un gran spaghetti western. Terminamos esa parte realmente satisfechos.

A continuación, venía un breve enlace por carretera cruzando varios poblados. Los niños salen corriendo tras los coches y observamos sus pequeñas casas de adobe, con un aspecto realmente frágil.

Siguiente reto: una nueva especial de unos 30 kms, más o menos parecida a la anterior, quizá algo más árida, pero tenía como dificultad añadida el cruce de varios oued (ríos) secos. Más breve pero intensa.

Terminada, había que tomar una carretera para llegar al campamento. Rectas kilómetricas en un una montaña desierta en la que, de repente, sin saber cómo, salía un paisano al borde y se nos quedaba mirando. Era como estar en el desierto de Nevada: carretera recta, nada a un lado, nada al otro y un atardecer digno de Cádiz.

Y por fin, cogimos la última salida antes de llegar al campamento. Sólo nos quedan 5 kms. Es todavía media tarde. Podremos llegar, ducharnos tranquilamente, revisar el coche, descansar, charlar…Pero, no sabemos muy bien cómo, perdemos la pista. Nos encontramos en medio de la nada intentando recuperar la senda. Y por sorpresa, una duna; nos atascamos, claro. Sacamos la pala, las planchas, y venga a currar. Nada. De repente, aparece otro paisano, un pastor de camellos con su turbante y su chilaba que esbozaba una perfecta sonrisa. No habla. Se acerca. Mira. Se pone a ayudar. Y, por supuesto, sacamos el coche. Nosotros, los listos de Madrid, con todo nuestro equipamiento, no somos capaces de hacer lo que un humilde bereber consigue con cero esferzo. Le damos una propina. Él a nosotros una lección. Somos nosotros los que hemos ganado más.

Intentamos, otra vez, encontrar la ruta. Y volvemos, otra vez, a atascarnos en una duna. Ya es de noche y los pastores de camellos deben de estar cenando. Desesperados, llamamos a la organización para que venga a remolcarnos. Vaciles, risas, un poquito de orgullo herido y una pequeña sanción de puntos es lo que nos cuesta.

Así es que lo que comenzó como una jornada perfecta, en la que conseguimos resolver las dificultades y conseguir los objetivos, termina con risas por parte del resto, la cabeza un poquito gacha y la lección más que aprendida (esperemos).
Pero a eso habíamos venido…

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