Abrió sus puertas hace pocas semanas, pero suficientes como para que la comunidad enológica mundial se haya postrado a los pies de lo que es el culmen de la devoción de Burdeos por el vino. Hablamos de la Cité du Vin, la Ciudad del Vino, el espacio expositivo en torno a la Enología a orillas del Garona y que remata una de las nuevas zonas de expansión de la capital de Aquitania.
Si ir a Burdeos y perderse por su centro histórico, así como por los viñedos de pueblitos con encanto como Saint Emilion ya era una placer, gracias a este edificio gigantesco de diez plantas y formas abstractas (a medio camino entre el decantador y la botella, el abrazo y la voluptuosidad del grano de uva) la experiencia bien se podría comparar a la de La Meca. Y es que acercarse a la Cité du Vin es prácticamente una peregrinación para el amante del buen vino.
Dicen sus responsables que, si nos proponemos hacer cada una de las actividades que se proponen, ver todos los vídeos, leer cada uno de los paneles, entrar en cada microexposición... la duración de la visita completaría toda la jornada, desde que abre sus puertas el complejo hasta que cierra. Definirlo como museo es quedarse corto, porque la Cité es mucho más.
Su zona de visitas general, repartida por varias plantas, es un viaje por la historia vinícola de Burdeos, pero también la del vino en general. Aprendemos a oler, a identificar colores, a ver diferencias e igualdades entre los viñedos de todo el planeta... Pero en el mismo edificio se pueden hacer todo tipo de catas, investigar en cientos de volúmenes sobre el vino, comprar todo tipo de etiquetas, visitar exposiciones paralelas temporales y degustar, mucho y bien, en las últimas plantas, donde se encuentran el restaurante y un mirador donde, antes, se elige un vino entre una decena para catar (como parte de la experiencia general, incluida en la entrada) y que se llama Le Belvédère.
Todo dentro y fuera del edificio es de líneas contemporáneas, trabajadas al máximo para que la experiencia fluya casi sin darnos cuenta. Disfrutar tanto como si estuviéramos descorchando el mejor Petrus (bodega, por cierto, a pocos kilómetros de allí). En total, 13.350 metros cuadrados, 55 metros de altura y cientos de historias encontradas, en un edificio que los bordeleses han comenzado poco a poco a amar y que, al principio, no entendían muchos más que Anouk Legendre y Nicolas Desmazières, sus creadores.
Algunas zonas del museo, como el jardín, la sala de lectura, el restaurante o las boutiques, son de acceso gratuito. La entrada parte de los 20 € para los adultos, aunque hay descuentos para familias, jóvenes, etc. Los talleres y catas partes de los 15 €/persona. Una experiencia que, seguro, nos hará acercarnos al vino desde un nuevo punto de vista.
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