Navegar por la costa de Noruega más allá del Circulo Polar Ártico supone navegar hacia los confines septentrionales de Europa, una de las regiones más antiguas del mundo. En su mayoría, esta tierra boreal está formada por una sucesión de mesetas en altura, más o menos extensas y erosionadas, surgidas durante el plegamiento caledoniano. Al retirarse los hielos tras la última glaciación aparecieron las morrenas y los bloques erráticos, las cuencas sobre las que se alojan miles de lagos, y los muy intrincados y profundos fiordos. Todo esto hace del relieve noruego una sucesión de unidades cerradas muy mal comunicadas unas con otras.
El transporte de personas y la distribución de correo y mercancías fue la razón principal para que en 1893, el vapor DS Vesteraalen, capitaneado por Richard With, comenzase su servicio regular de comunicación entre el sur y el norte de Noruega usando la única vía que permanecía abierta durante el riguroso invierno, la marítima. Le llamaron el Expreso del Litoral, una apuesta arriesgada que, sin embargo, fue superada tres años después por otra: ¿porqué no captar turismo para conocer el salvaje litoral noruego?. Desde entonces, Hurtigruten es parte de la vida diaria de Noruega y sus gentes.
El Expreso del Litoral no es un crucero al uso, es un servicio de cabotaje que cubre las 2.500 millas náuticas entre Bergen y Kirkenes, en el mar de Barents. En él, el viajero se encontrará a bordo con noruegos que lo utilizan como transporte natural. El viaje completo de 12 días recorre treinta y cuatro puertos, aunque puedes hacerlo en cualquiera de los dos sentidos -Rumbo Norte o Rumbo Sur, bien distintos entre sí-, o sólo en el tramo que seleccione el pasajero según sus circunstancias.
La mayoría de los 12 barcos que realizan el servicio cuenta con un equipo de expedición y sirve de plataforma para actividades especiales a bordo, además de funcionar como campamento base de un amplio conjunto de actividades en tierra, desde safaris en lancha semirrígida hasta Saltstraumen o la frontera rusa, hasta caminatas por los bosques de Bodø. Hemos podido comprobar que lo que dicen en Hurtigruten es cierto: que sus barcos son cómodos y funcionales pero que no encontraremos camarotes de lujo, ni cines, ni casinos, ni discotecas, ni servicios superfluos. Ni falta que hacen.
Los protagonistas son los viajeros y una serie de paisajes de los que no recuerdo defectos: el comedido bienestar de las principales ciudades costeras y la quietud de las comunidades más aisladas; la belleza desmesurada de las islas Lofoten y Vesterålen; la luminosidad de las agrestes cumbres del Ártico, y sus laderas abrazadas por el mar; las casitas de pescadores que se guardan de la humedad con esmaltes de colores, y sus percheles; la inmensidad de Cabo Norte, a cuyo balcón nos asomamos esperando divisar la Thule de las sagas.
En estas fechas, más allá del Circulo Polar Ártico, en los confines septentrionales de Europa, solo una tenue luz separa el día de la noche. Le llaman luz azul, el color que parece bañar el paisaje en estas tardes de invierno. Porque Noruega son paisajes bañados por una luz que cambia, y hace cambiar el escenario. Y luego, claro, están las Luces de Norte, la aurora boreal, la increíble luz por la cual la oscura noche en el Trollfjord se nos hizo aún más hermosa.
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