Luchar contra el tiempo y su tenacidad por arrasar con lo que aún no ha sucedido; luchar contra las normas y acabar ofreciendo precisamente eso, un cambio, una presentación de cómo no debería funcionar y demostrar, al mismo tiempo, que el mundo también es capaz de sostenerse así. Con las ‘patas’ hacia arriba. Y estoy segura de que, a día de hoy, nadie sería capaz de llevarme la contraria. Al menos desde que en 1969 naciese en el East End londinense el primer Alejandro que haría de la alta costura lo que es: un espectáculo de descaro y un derroche de imaginación.
Y así, el hombre que siendo niño se dedicaba a escribir obscenidades en los forros de los trajes que Su Alteza Real encargaba a Anderson&Sheppard, sastrería en la que ayudaba como aprendiz, saca a su séquito de féminas a un espacio oscuro y atemporal para mostrarnos sus propuestas para el próximo otoño.
Sarah Burton, directora creativa de Alexander McQueen, continúa con la sensibilidad gótica de los cuentos de los hermanos Grimm como filosofía principal de creaciones destinadas a una mujer de aires eclesiásticos y mirada perversa, con cintura ceñida y caderas increíblemente exageradas gracias al trabajo sobre el volumen. Un cuidado que se compagina con los múltiples detalles que convierten a esta marca en lo que es: pliegues, degradé, plisados, bordados soutache, seda, hilos de metal, flores esmaltadas y redes geométricas en perlas o metal que se superponen a los tejidos para jugar con los espacios y las formas.
Porque lo insolente, lo que choca, lo que acaba con las leyes de lo bonito y lo principesco de la Haute Couture también nos vale. O al menos así es para las famosas reinas de Alejandro…
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