Prada es, en su real fantasy, psicodelia y atrevimiento puro; este invierno nos sorprende con un collage de estilos en el que descubrimos prints de evocación setentera, colores pop art con clásicos negros y tostados, ojos maquillados a lo Warhol, tacones casi imposibles para ellas, elegantes y perfectos hombros de corte sastre para ellos y reminiscencias de ciencia ficción cinematográfica en la ambientación; dos minutos de movimiento estático y entrecortado absolutamente sorprendentes.
Prada, una de las marcas italianas más emblemáticas, cumplirá el próximo año un siglo, 100 años de arte sobre los tejidos porque, si por algo se ha caracterizado siempre la firma, es por su carácter innovador y su descarada tendencia a la sofisticación, sin que ésto haya supuesto nunca una renuncia al estilo, la artesanía y la alta calidad de la mejor manufactura textil italiana.
Hablamos de una firma que ha llegado a vestir al mismo diablo en el cuerpo de una intratable Meryl Streep, y es que en el compendio de reinvención e innovación del que nacen las colecciones de Prada, todo tiene cabida o, al menos, nada deja de tenerla, ni tan siquiera los negativos; es una firma rompedora y de vanguardia que desata pasiones encontradas colección tras colección con nuevos prints, cortes, tejidos... en definitiva, nuevas ideas.
De la mano de esta fidelidad a la innovación y lo creativo, inseparable siempre la calidad tanto en los tejidos como en su manufactura, en un extraño equilibrio entre la sencillez del estilo y la psicodelia de lo nuevo que tiende, como el arte, a la ruptura: para muestra, real fantasy, una presentación que podríamos definir como futurismo vintage por lo que tiene de innovador y por su inspiración en el cine de ciencia ficción y la moda de ayer.
Y no es que las prendas sean lo de menos, es que, aun teniendo identidad propia, tienen siempre identidad Prada, todo un sello de arte y calidad.
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