Eran tan dignas como dramáticas, con porte de actrices tragicómicas italianas, de esas que marcan el eyeliner negro en la mirada y se peinan con recogidos bajos cuidadosamente agitados. Todo en ellas era intenso, sus llantos y sus risas, sus andares y amistades. Si bailaban lo hacían acaloradamente, sin prejuicios; si discutían, las campanas más altas del pueblo repicaban nerviosas.
Ellas son las mujeres Dolce&Gabbana del próximo inverno, pasionales, sagradas y profanas a la vez. La pareja de diseñadores escarba en la historia y se retrotrae al antiguo Imperio Bizantino para dibujar una colección en dorados, negros y rojos, en la que recuperan mosaicos, coronas y cruces de otro tiempo. Repiten los encajes, transparencias y cuellos redondeados, que ceden protagonismo a las mangas; y reaparece en escena el tweed espiga en vestidos, abrigos y trajes.
Domenico Dolce vuelve a colocarse tras el objetivo para fotografiarlas a ellas -Mónica, Bianca, Kate y Andreea-, más raciales, poderosas y divas que nunca, sabedoras de que allí, en aquella Italia, ellas marcan el ritmo.
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