Danielle Cavalli, hijo del diseñador Roberto Cavalli, reconoce que no le interesa lo más mínimo la moda, lo que él hace tiene que ver más con el arte, parte de una tradición familiar. Se centra en el estilo, en el hombre, porque reconoce que la mujer es más la moda y en el hombre el estilo es más una cuestión de personalidad. El otoño invierno de Cavalli asume en parte estas premisas porque Danielle y su padre han trabajado mano a mano en esta colección que se mueve entre las distancias que separan elegancia y glamour.
Impresiones, el punto de partida del negocio familiar, como metáfora que se desarrolla en el conocido y reconocido arte del fotógrafo británico Rankin, para el que se ha dispuesto de un escenario pecular -un moderno Club de Caballeros en un penthouse del centro de Milán en la Piazza San Babila- entre espejos, terciopelos y alfombras y un nutrido ramillete de modelos representativo de un mundo de estilos, todos personales.
El glamour en los prints, en las pieles, caimán, lagarto, serpiente y en las plumas, en el oro y las escamas de hierro de las zapatillas y el astracán, en los rojos y el verde jade. La elegancia en la seda de los pantalones, en el inevitable esmoquin, en las zapatillas de diamante, en los cortes relajados, en el largo (o corto) de las chaquetas que lucen solapas más escuetas… el estilo, la impresión de un hombre con identidad e infinidad de matices. Así es el otoño invierno 13/14 de contrastes de los Cavalli, impensable, indispensable.
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