La primavera en Suecia, cuando tarda en llegar da para mucho. No hay nada como un poco de frío -ya lo decía nuestro editorial de esta semana- para despejar la mente y conseguir que el espíritu creativo haga su trabajo. Una de esas buenas ideas surgió en 2009 de la mano del colectivo de creadores de Happy Socks: Reinventar el calcetín.
Desde un caserón rojo de 400 años rodeado de cerezos, en el centro de Estocolmo, se trabaja para convertir la cotidianeidad de éstas, antaño anodinas prendas, en un objeto de deseo cargado de color, patrones y texturas capaz de transmitir felicidad.
En Happy Socks lo tienen claro: Reivindican que todo el mundo debe poder llevar el calcetín que el guste. De ahí su amplia paleta cromática, su variedad de estilos y los tejidos en los que fabrican sus pequeños tesoros unisex: calcetines acanalados al tobillo, de camuflaje, slouch -largos y holgados de lana-, de estampados geométricos, medias de puntos, rayas polka…
Y como si toda la variedad de nylon, angora, algodón peinado o lana, no fuera sufiente, en Happy Socks han creado una línea fabricada en cáñamo e hilo reciclado, para contribuir a respetar el mundo en que vivimos.
Todos los calcetines están realizados según un estricto control de calidad. Están tejidos con máquinas italianas Lonati, famosas por su extrema precisión, y los remates se cosen a mano, para que el reborde, que tantos quebraderos de cabeza puede llegar a darnos, desaparezca para dar lugar a una superficie completamente lisa y suave.
La nueva colección ya está en tienda y te garantizamos que vas a tardar un buen rato en elegir los tuyos. Los vas a querer a pares, porque todos tenemos un ratito al día en que estamos guapos con calcetines.
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