Todavía tenemos tiempo. Aún podemos ver el amor en las formas sencillas de una sabana revuelta sobre tu cuerpo. Todavía hay miradas a a través de ventanas entreabiertas, cuando sus ojos se encuentran con los tuyos y el mundo se para un par de microsegundos. Aún los teléfonos suenan, las cartas se escriben, los versos se mandan, las caricias se alargan y los besos saben a primera vez. Ahora, en estos tiempos. Todavía existen las historias de amor.
Y hablando de historias de amor, como no interesarse por una de las de siempre. Una de esas historias de folletín de las buenas, buenas: Anna Karenina, en la nueva versión cinematográfica de la novela de Tolstoi que firma Joe Wright y que a Keira Knightley (inmensa, dicen) en la piel de la heroína romántica, junto con Jude Law y Aaron Johnson. Amor, dolor, celos, pasión, deseo. Todo ello mezclado en un gran recipiente de vestidos de época y oficiales de los zares en una Rusia que más pronto que tarde se encaminaría al precipicio de la historia, entre guerras, revoluciones, acorazados y demás elementos de toda buena tragedia. Si el amor pudo existir en esas condiciones, ahora deberíamos ir todos enamorados por la vida.
Recomiendo acudir con ánimo de pañuelo de puntillas y snif snif dispuesto, con ganas de drama y amor, de los de siempre. Un poco de ver a Garbo y Gilbert, salvando las distancias. Entrar al cine sabiendo que el amor existe, es, está, y que durante unas horas nos vamos a la Rusia de los Zares a que nos cuenten una historia que confirma que aún, que todavía, los besos no están sólo para ponerlos en letras al final de los emails.
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