El pasado 10 de noviembre se celebraba en España el (séptimo) Día de las Librerías. Otro de esos “días de”, tan insulsos y tan de moda que agotan. Pero eso es quedarse en la superficie, en el postureo —todo un clásico de las redes sociales— y en la prosa de los números y los porcentajes: en España hay 3650 librerías censadas; el 53% de los españoles no lee libros, el 42% de quienes no leen argumenta que no le interesa; en una década ha cerrado el 25% de los puntos de venta de prensa… Así un reguero interminable de miserias aritméticas. Vulgar, incluso obsceno, para todos los que amamos los libros por sobre todas las cosas y a las librerías como a nosotros mismos.
‘Contar una historia es habitarla’, afirma John Berger. Leerla también. Porque los libros son ventanas abiertas al mundo, las librerías los templos que los preservan y el Día de las Librerías una reivindicación y un homenaje que se extiende los restantes 364.
Las librerías son un alegato contra la incultura, nidos de excéntricos, refugio de poetas y lobos solitarios cazadores de frases. Así las amamos, tal como son. Enormes o diminutas; resguardadas del clima o a cielo abierto. Amamos a los libreros, a los buquinistas del Sena, a los habitantes de esa aldea irreductible que es la madrileña Cuesta de Moyano, a Javier y Alicia Sanz, defensores a ultranza de esa pequeña trinchera castiza, esquina calle Arenal, ocupada desde hace más de dos siglos por toldillos y anaqueles repletos de ejemplares imposibles frente a la chocolatería más famosa de la capital.
A ellos. A esos dementes que han osado consumar sus delirios fabricando nuevos centros de intoxicación, paraísos de bibliófilos, bibliómanos, enfermos del papel y otras psicopatías librescas. A esos gladiadores incombustibles, cómplices de lectores compulsivos, adictos al tacto de una página amarillenta, al perfume de los versos y al sabor de las cubiertas desgastadas. A esos libreros que además han narrado sus periplos personales en un mundo hostil. A esos escritores que sin llegar a perpetrar el despropósito de ponerse al frente de una librería nos han descrito las peripecias de los que se atrevieron.
A todos ellos dedico esta pequeña celebración permanente de las librerías, después (y a pesar) del Día de las Librerías.
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