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Leila Guerriero: el arte de contar historias reales

Leila Guerriero desvela en 'Zona de obras' el periodismo como instrumento construido sobre el arte de mirar. Porque no hay nada más feroz y ambiguo que la realidad.

Cuando Antonio entra en el vagón, la mujer se aparta para dejarle sitio. "No te apures, mamita, hay espacio suficiente". Ajusta su micro rudimentario, el altavoz, le dice que se llama Antonio. Por eso sé su nombre. Ella es una mujer corriente. Viste falda beis y jersey azul indefinido del que asoman los picos de una blusa rosa. El conjunto no es muy armónico, pero sí encaja con la melena fatigada y sin brillo enrollada de cualquier manera a la altura de la coronilla. No sé su nombre porque cuando Antonio le pregunta, se limita a sonreír vagamente y a bajar la mirada. Antonio es mulato, medio joven. Sus ojos desprenden una alegría exuberante como para andar por los pasillos del metro de Madrid cantando a duras penas. “Tengo la voz un poco malita porque me pilló la lluvia el otro día”.

Hace como que afina la guitarra mientras le pega un trago a un bote de plástico que acaba de sacar del saquito a rayas que cuelga de su cintura. “Es miel”. La mujer que no dice su nombre sigue mirando al suelo. Sonríe vagamente. Sé que Antonio es cubano porque cuando la mujer que le deja espacio para acomodar su carrito altavoz, su guitarra y su micro rudimentario le susurra su procedencia, él le dice en voz alta que nació en La Habana. Y que le va a dedicar la canción.

Pierdan algo que les importe. Ejercítense en el arte de perder. Acepten trabajos que estén seguros de no poder hacer y háganlos bien. Equivóquense. Sean tozudos. Créanse geniales. Después aprendan.

Yo estoy sentada enfrente. “Mi tío se llama Antonio, mide un metro setenta, fue visitador médico, está retirado”. La frase brinca desde el fondo del libro que tengo entre las manos. Otro Antonio... Mi atención se coagula en la secuencia; en esa pequeña historia corriente (real) que estalla ante mis narices y que, de pronto, quiero contar. Mientras la mujer de mirada exhausta se aparta un poco más del Antonio medio negro que mide más de un metro setenta y canta para ella con la voz malita, trato de imaginar cómo describiría semejante escena la autora del libro que yace sobre mi falda.

Ella, la autora de Zona de obras (Círculo de Tiza), se llama Leila Guerriero. Es periodista desde el 92. Escribe en El País, en La Nación, en la revista colombiana El malpensante, en El mercurio de Chile, en la mejicana Gatopardo. Además imparte seminarios y conferencias en las que se niega a dar a instrucciones para escribir. “La única instrucción posible es que no hay instrucción”. Y de ahí no la saca nadie. Porque la única instrucción posible es saber mirar, aprender a mirar. De eso están hechos sus textos, de miradas ávidas, de una curiosidad interminable. Y, una vez exprimido el contexto, encontrar el punto de vista adecuado para contar lo que tengamos que contar. “Tengan algo para decir. Tengan algo para decir. Tengan algo para decir”. Y díganlo.

No sé si Leila Guerriero hubiera centrado su atención en el trozo de cinturón que sobresale de la última trabilla del vaquero de Antonio. O en los ojos derrotados de la mujer que, sin decir su nombre, abandona el vagón mirando para abajo y sonriendo vagamente al muchacho medio joven y medio negro que canta para ella. Ni idea si hubiera preferido recrearse en el entusiasmo del niño sentado a mi lado, con su madre al otro, que palmea cuando el muchacho cubano recita a ritmo de salsa “soy un niño caníbal y nadie me quiere a mí; no me quedan amiguitos porque ya me los comí”. O en Antonio, que a lo mejor tendría una voz bonita si no le hubiera pillado la lluvia el otro día.

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Zona de obras. Leila Guerriero.
Círculo de Tiza
Páginas: 244. PVP: 19 euros. ISBN: 978-84-617-0410-1

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